soy un tren que tiene miedo de descarrilarse pero no sabe frenar porque alguien quebró la palanca del freno y ahora no puedo frenar aunque sí quiero
no soporto bajar. Los bajones de la vida acabarán matándome. No sé cómo existir durante el vuelo bajo, no quiero existir. Hoy leí en los Diarios de Anaïs que esa es precisamente la clave de la depresión: gente que no sabe existir en los bajones y que se rehúsa a aprender a hacerlo. Soy uno de esos, de momento sigo siendo uno de esos. No tolero las lagunas, los paréntesis, las salas de espera me arruinan los nervios. Los espacios entre las palabras y las personas me aterran. Mi idea del infierno es una habitación cerrada. Podría ser la sala más linda del mundo, más iluminada, con los muebles más lujosos, pero si se me dijera que permaneciera allí sin hacer nada, solo, durante horas, sé que me iría delulu. El terror de los fines de semana viene justamente por la posibilidad de que me quede sin cosas que hacer. Sin nadie con quién salir, a tomar, a bailar, a coger. Embriagarme y hacer el amor y cantar en el karaoke o bailar sobre los azulejos son, ahorita mismo, mis únicos por qués. Y en cuanto a la lectura y la creación, Anaïs dejó la vara demasiado alta. Es demasiado escritora y sincera, nada después de ella puede verdaderamente interesarme, literariamente despertarme algo. Su omnisciencia me ha dejado el antojo de puros oasis y de éxtasis, constante, continuamente nadando en los oasis de los espejismos, en mis fantasías nerviosas, en el río revuelto de mi dopamina. Aunque siento que mi mente ya se está poniendo en guardia frente a mis quimeras, ahora las abandono más rápido, no deja que crezcan mucho, las intento cortar de raíz en cuanto me doy cuenta de que, una vez más, estoy fantaseando. Quisiera ser normal y saber vivir en la espera, quisiera no sentirme ansiado cuando no está sucediendo algo increíble. Incluso mi mente se vuelve un infierno si no la tengo trabajando, descubriendo o revelándose a sí misma cosas que ignoraba. Me enorgullezco de mi enorme actividad, de mi energía excesiva para las cosas, pero esta misma energía, cuando no tengo en dónde ponerla, se pudre, me marchita. Como cuando le das mucha agua a una planta y se ahoga. Yo soy una planta puesta abajo de la lluvia torrencial. Me aterroriza la sed de mis raíces. No puedo ni pensar en que un día les haga falta el agua. Por eso voy en busca de las vulvas y el alcohol y de los ruidos estridentes. Estoy en una búsqueda frenética de vida, quiero el contenido de la vida, la vida condensada una y otra vez...me está agotando, bueno, a veces me agota más que otras veces, otras menos, pero siento la imposibilidad de sostener este ritmo y esperar algo si quiera parecido a la estabilidad y la paz de mi ser. Vivo aguijoneado por una ansiedad que no siento que sea producto de ninguna modernidad hiperestimulada. Mi sed no viene de la ausencia de dopamina ni de tiktok ni de ninguna de esas mamadas con que los NPC´s intentan justificar su mediocridad de cuerpo y de mente, sus cuerpos y sus mentes son corrientes, siento las barreras cuando me junto con ellos, siento la posible contaminación y reacciono en contra a través del instinto, distanciándome, poniendo paredes entre ellos y yo. Pocas veces he encontrado mercuriales. Contadas con los dedos de una mano a la que faltan dedos. Estoy adentro de mi soledad. Nadie podrá entrar a donde estoy para compartirla conmigo. Siento el peso, la textura, las exactas dimensiones de esta soledad. Creía que los nuevos amigos, las nuevas amantes, los siempre dinámicos vínculos y actividades destruirían para siempre la bóveda, me liberarían de ella, pero sólamente han ampliado su tamaño, añadido salas, pasillos y balcones. Más lugar para mí solo significa estar más solo que antes, estar más conmigo. Nadie entrará a la bóveda conmigo. ¿Será que al final soy Asterión, que pertenezco al arquetipo Asteriónico? Que voy en el equipo de los solitarios. Que mi mercurialidad fue nada más otro espejismo, que no llevo ni traigo los mensajes, que mis pies nunca han tenido alas, que jamás he hablado en el nombre de nadie y que ni siquiera tengo una voz que hable por mí. Este es mi terror. No pertenecer a los Olímpicos, ni a los Ctónicos si quiera, porque no seré un dios sino un engendro, un monstruo terráqueo enfermo de su soledad y su rechazo. Temo la transformación de mi carácter, ser un sombrío y fingir mi luminosidad. Haberme engañado, haberlos engañado a todos. Dos papeles protagónicos en plena lucha por mi cuerpo y mi energía, dos rebeliones adentro de mi sangre. Yo voy a ser desgarrado por las dos corrientes de mi vida, tirando de mí en direcciones contrarias, peleándose por mí y yo en medio, sin fuerza, sin alarido, nada más la lenta desintegración. Tengo miedo de la desintegración. Tengo miedo de la soledad, de toda la soledad que a veces miro en los otros ojos, que oigo en las otras voces, la soledad, el miedo a la soledad escondido atrás de todas las palabras, en el corazón de cada relación humana. Animales que nomás se parecen en sus miedos, porque tienen un depredador común. Ser la presa del animal-soledad, el animal sin manada, sin territorio, ni raza, sin proceso evolutivo. La soledad es la misma desde que empezó a existir. Ahogo. La misma soledad que está cazando a todos, la misma que entró a nuestras vidas para disgregarnos, para romper la gran manada de animales vivos que éramos, que estábamos seguros de ser, animales del ruido silenciados por la bestia muda, analfabeta... No moriré sin pelear por mi vida, aunque eso significa que yo deba quedarme arriba, cucú, aunque sea la desintegración definitiva, prefiero eso, prefiero esparcirme en mil pedazos antes que mi entierro, mi muerte definida en un lugar concreto del espacio, una zanja, una oscuridad que otros le abrieron a la tierra para meterme en ella, rechazo mi última oscuridad. Ningún muerto en mi familia ha conocido la tierra. Todos hemos ardido. Las cenizas de mi Tío Chuy descansan abajo de los ojos de María. A todos nos queman. A mi abuelo Toño lo quemaron. Nos espera la ceniza y no la Tierra. Nos espera, espléndida, la lumbre, brava, caliente, definitiva. Yo la espero a ella, espero a la lumbre con los brazos en guardia, con los pies bailones, haciendo fintas, crecido, soberbio, gallo de pelea, dueño del palenque. No le tengo miedo a nada en este mundo. Ayer hice ejercicio abajo de la lluvia, envuelto en la más negra oscuridad, gritando y gimiendo de dolor satisfactorio a causa de mi esfuerzo, con las hormigas de mis nervios trabajando como esclavas, sintiendo, llevando y trayendo los designios electroquímicos, el calor reaccionando, el calor de mis músculos, de mi sangre, un calor suficiente para enfrentarme al agua y al frío, para derretir Groelandia, un calor contra el glaciar que hundió al Titanic, chocando sin camisa con los otros cuerpos, chocando las fuerzas, midiendo la fuerza de mi cuerpo en contra de los otros, retador, griego, atlético, olímpico, violento, hermoso, inocente y animal tan animal!!!!!
animal, qué significa? cuerpo desnudo, ¿qué quiere decir desnudo? Desnudo es "sin nudos", cuerpo no amarrado a nada más que a sí, cuerpo desatado. Liberado. La desnudez es la primera libertad. Por eso es simbólico que se apresuran a vestir a los bebés con su mantita de recién nacido. La mantita enseña la vergüenza. La vergüenza enseña a pecar. El pecado, entonces, sería no enseñar. Pero yo enseño a pecar
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