no negarás la cruz de tu parroquia [1]



Uno puede medir muy fácilmente el miedo de alguien fijándose en cuánto valor tiene para ése alguien la valentía. Si la valentía la eleva hacia la vista de los otros como una medalla ganada a pulso personal, eso casi siempre significa que se trata de un individuo al cual la consciencia se lo come por dentro. Una manzana perfecta, por fuera roja y lujuriosa, pero por dentro han avanzado los gusanos, a la primera mordida se revela blanda y masuda, y luego luego nos pellizca el agrio sabor de lo que se pudrió. Yo conozco algo de esto. Mi familia somos exactamente esto. Del lado de mi madre, por lo menos, que es el lado que definitivamente más espacio abarca en mí. El lado García. Los García. Somos la gente más brava que conozco, y por lo mismo también la más miedosa. No pasa nada, esta es una contradicción que hemos asumido desde que empezamos a enseñar nuestro coraje al mundo, y no renegamos de la contradicción. "No negarás la cruz de tu parroquia". Podemos cargar esa cruz. Podemos moverla, de aquí para allá. Es un precio que podemos pagar, que nos podemos permitir pagar, porque, ¿qué mérito habría en mostrarse valiente cuando no hay, primero que nada, un miedo duro y real, un miedo bien nutrido y saludable al cual vencer? Sería un valor gratuito y no valioso, una valentía vacía. Sería, de cierta manera, tenerle miedo a nada, a excepción del miedo; sería tenerle miedo al miedo. Nosotros no le tenemos miedo al miedo. A veces eso ha sido nuestro lastre, otras nuestro trampolín hacia las nubes. Menciono a mi familia no por nada, sino porque estoy completamente convencido de que así como la familia va pasándose de mano en mano el puño de valentías y fortalezas y empujes del cual ha hecho acopio durante generaciones, en ese mismo puño van mezclados terrores, van mezclados ascos y debilidades. No puedes elegir lo que te heredan, y ellos tampoco lo elijen. Yo he heredado el valor de mis ancestros, su disposición hacia vivir, pero también heredé sus miedos y su viada natural hacia la tumba. Mi familia, en resumen, ha ido acumulando viada desde que empezó a formarse, y obviamente, todos, en diferentes puntos de nuestra vida, le hemos dado distintos usos a esa misma viada. Es el único tesoro de nuestra familia: nuestra viada. Esta "viada" ya involucra nuestro miedo primordial: el miedo a esa misma viada, el terror de que toda esta fuerza, toda esta velocidad, de repente nos supere, de repente no nos quepa adentro de las venas, y nos quedemos sin espacio para ella, y nos haga perder el equilibrio, y empezar a tambalear con inseguridad... una prima, una vez, tenía una bicicleta. Andaban ellas y otros primos, y se iban a tirar desde lo más alto del cerro. Antes de aventarse, esa prima dijo algo que jamás se me va a olvidar: "que chingue a su madre el que frene". Nadie frenó, y aun así todos chingaron a su madre...porque se la partieron. Así somos todos, más o menos. Vivimos tan aceleradamente que no nos alcanzan los miedos normales, demasiado pronto comen polvo todos esos miedos. Pero hubo un miedo persistente, más atlético y tenaz que sus hermanos, y que empieza a amenazar con alcanzarnos. Es el miedo a la pregunta de, si aceleramos tan en chinga por la vida, si nos movemos a tan gran velocidad...¿qué pasará cuando tengamos que frenar? todavía más ¿seremos capaces de frenar? Otra frase para enmarcar y que nos enmarca a nosotros, dicha esta vez por mi abuelo, pegándole al tablero de un pickup que se quería apagar a media carretera: "este artefacto no se detiene".... La idea del momento de frenar es la catástrofe de mi familia, la idea de que tal momento existe y nos espera en la carrera como un barranco que se abriera de repente, y el miedo de hundirnos en lo hondo del barranco por no alcanzar a frenar...ése es nuestro miedo, a eso yo le tengo terror. A ese momento, a ese barranco. Existen. Los veo venir.

Pero debería empezar a hablar de gente en específico. Pues bien. Vayámonos a la semilla más cerca del suelo; esta semilla, que es mi bisabuelo Pedro García, yace enterrada a unos buenos diez pies de profundidad. No es la más profunda de todas, pero está lo suficientemente honda y al mismo tiempo lo suficientemente cerca como para agarrarnos de ella y de las raíces que a ella se agarran para empezar a identificar e interpretar y hacer algo con estos miedos reales y heredados. Añadamos, por demás, que al estar tan abajo del suelo, de alguna manera está, debe estar conectada firme, fuerte, seguramente, a la raíz más primordial, a la raíz primera, si es que existe, y aunque no existiera, es nuestro propósito ir lo más abajo, alumbrar hasta lo más oscuro, sacar a la luz lo que se esconde...Constantemente he pensado, ¿por qué hablo de todas estas cosas? Me refiero a hablar de todas estas cosas en este blog en particular ¿Por qué expongo así, de manera tan >>frívola y gratutita<<, mi vida, la de mi familia, nuestras intimidades más miserables a los ojos de aquel dipuesto a mirar? Naturalmente que he pensado en la sed por atención, y le concedo a ella su porción de "verdad". Sí, es una gran verdad acerca de nosotros, acerca de mí: tenemos una sed histriónica por la atención, por la mirada, por el protagonismo. Ya hay ahí un primer pedazo del rompecabezas: nuestras aceleración no es natural sino que la creamos, la finjimos, la buscamos, y lo hacemos porque, a través del acto de sobresalir acelerados, de que los demás nos noten como gente apasionada, estamos rogando la atención de los demás. Es al mismo tiempo un signo de poder (el poder para rodearnos de un nimbo embriagador y venenoso, el poder de construirnos pasionales) y un signo de servidumbre (sin nadie que respire este nimbo de pasión, nos deshacemos en volutas transparente; somos orgullosos de esta independencia que nos urge, pero dependemos de aquellos de quienes nos distanciamos; ellos son la condición de nuestra valentía: "los otros"). Queremos ser quienes están al centro; queremos ser el centro mismo... también está el hecho de que me interesa presumir, que soy orgulloso y me siento orgulloso de pertenecer a este linaje de salvajes y de dioses, a que me siento depositario de su fuerza y su fiebre, de todo ese delirio yo me siento el heredero. No me avergüenza, entonces, ni mi sangre, ni mi tierra; ¡yo amo mi tierra húmeda de sangre! ¡Yo riego mi tierra con sangre!...Pero, entonces, ¿y el miedo? No estábamos hablando aquí de los espantos? Es que se no se puede hablar en modo alguno del espanto olvidando que este es sólamente un reverso, una duda, una desconfianza, un debilitamiento de la voluntad, el engañoso reflejo de otra cosa. El miedo no es en modo alguno real, sino que llega a ser real, lo convertimos en real, lo realizamos, y lo hacemos autoflagelando nuestra fuerza...en animales tan monstruosos y tan nobles, en semejantes bestias, henchidas de fuerza y de orgullo, ¿no correspondería un miedo, un yacimiento tan hondo de asco y terror que equivaliese, que superase incluso a todo ese coraje y a toda esa fuerza? 

No, no puede ser esto todo nuestro miedo, y esta explicación, aunque plausible, es muy parcial. Además de que deja de lado el hecho inevitable de que, con todo y apellido de García, sigo siendo Ricardo Issac, sigo siendo un individuo y sigo siendo diferente, aun de aquellos más cerca de mí. No, mi apellido y mi familia son la base, pero no soy nada más mi base. Hay más. Volvamos entonces a la pregunta de antes, ¿para qué ventilar todo esto, para qué hacer de esto un tema?  Al menos personalmente, porque hay ganas de compartir y de reconocerme en otros seres humanos: alguien leyendo estas entradas y que a lo mejor no me comenta, ni me habla ni establece contacto alguno, pero que pensará para sí mismo, "ah, mira, este wey está igual de botana, y yo ya no estoy tan solo...", en ése caso, si ese caso se diera, si eso sucediera, entonces todas estas palabras habrían ganado su derecho de existir, porque uno de mis grandes miedos es, precisamente, no dejarme ahorcar por todas las raíces, las flores no son extremidad de las raíces, son su propia vida aparte, las raíces son muerte puesta al servicio de la vida, es la muerte cuidando de la vida. Los garcía somos hocicones, pero hay distintas formas de ser un hocicón. No es lo mismo ser hocicón en el sentido de chismoso que en el sentido de wey que habla de más y acaba con broncas. Yo soy más bien de los primeros... la mayoría de los García, los segundos. Entonces necesito contarlo, siempre contarlo todo esto y todo eso, porque no ha habido hasta ahora quién ventile, quien celebre ni maldiga, al menos hacia adentro de nosotros mismos, de nuestro grupo, de los García, no ha habido nadie quien ocupe el rol de trovador. Yo asumo el papel del Jilguero, yo canto. Unos han nacido con la viada en el cerebro, otros con la viada en las manos, la mayoría con la viada en la verga. Ninguno ha nacido con la viada en la boca. Alguien ha de contar todo esto, alguien ha de dar el testimonio. No me importa si ése alguien no soy yo, si no puedo ser yo, si no tengo el derecho, no me interesa tener el derecho ni la obligación. Tengo la palabra, tengo la facilidad y la pasión por el hablar. A mis ojos, esto ya me da el derecho, esto ya me da el permiso. Entonces, con o sin su permiso, voy a hablar un rato acerca de que siempre estamos siendo valientes, porque siempre estamos peleando contra el miedo. 

Ahora sí, mi bisabuelo, Pedro García. Olvidé mencionar que el mundo interno de los García es católico (también alcohólico, aunque eso para más después...). Probablemente, al centro de nuestro mundo familiar espere, con el gesto de dolor contrito, una mujer crucificada. Una Jesusa, una Crista. Porque vamos a decirnos la verdad; gran parte del valor que tienen muchos hombres (no nada más los García), gran parte de su coraje y empuje, viene directo de una mujer, lo quiera esta mujer o no lo quiera,. Es un coraje prestado, naaaaa a la chingada, ¡robado alv! Somos una familia machista, somos unos viles rateros. Mis antepasados hombres han avanzado siempre a costa de las mujeres que estaban cercanas a ellos. Yo he avanzado a costa de mujeres, mi madre, mis abuelas. Es necesario decirlo porque formo parte: yo he avanzado a costa de mujeres a mi alrededor. En eso consiste el machismo. La mayor cantidad de veces el machismo es difícil de atacar porque es difícil de ver, y es difícil de ver porque es algo normal. Es algo que se ha normalizado porque se aprende a través de la familia. Todo está conectado. Si yo lo tengo adentro mío, ¿cómo voy a verlo con los ojos? Desde adentro no se ve. El machismo es una sensación de poder, pero es este un poder absolutamente negativo y asqueroso, es el poder parasitario y aberrante que delata a un pusilánime detrás de él, un puñetas parado atrás de una fuerza machista carece de cualquier tipo de fuerza verdadera, en el sentido de exceso autónomo y autosuficiente de energía, de poder, de ingenio. Es sencillamente un abusador amparado en un escudo metafísico hecho físico a base de costumbres y de poderes económicos. Sólo en razón de este escudo puede este "valiente" serlo y decir serlo. Mi enorme argumento para afirmarlo sin duda es la reacción de muchos de estos hombres cuando los confronta la mujer. Pienso precisamente en una escena entre el bisabuelo Pedro García y la bisabuela Anastasia Orozco. Todo esto viene a cuento, porque la semilla de mi bisabuelo no está sola ahí enterrada, está enterrada, trágicamente, junto a la de mi bisabuela. Mi abuelita Tacha. Se llamaba Anastasia pero le decíamos Tacha. Ella fue la persona que más sufrió a mi bisabuelo. El sufrimiento de ella alimentó toda la fuerza y el abuso de Don Pedro. Si yo lo hubiera conocido de más grande, si yo me lo hubiera topado ahorita que soy hombre, le habría puesto de apodo Don Pedro Páramo. Pero ya lo iremos viendo. Primero haré el boceto de mi bisabuelo con dos breves anécdotas: creo que ambas nos dan, de putazo, todo su carácter. 

Mi bisabuela y mi bisabuelo vivían juntos. Se conocieron en Jalisco, ambos eran nacidos en Los Altos. Mi abuela, de su lado, presumía de un abolengo aristrocrático, a nosotros nos llegó a contar que había raíces gallegas y francesas en las ramas del gran árbol genealógico, y su evidencia para afirmar todo eso, la flagrante evidencia, eran sus ojazos azul aquamarina y su piel clara tirando a güero. Según ella ellos venían de allá, allá les iba bien. Vinieron para acá en los tiempos de las guerras civiles españolas. Pero aquí no hallaron la abundancia. No eran pobres pobres como tal, pero tampoco regalaban bolo... Pongámosle que eran, como tanta gente de ese lugar y de ese tiempo, de rancho. Vivían de la tierra. Eran jaliscienses semirurales normales. Eso por parte de mi bisabuela...Mi bisabuelo no era un jalisciense normal. Se sabe que, ya desde chico, anduvo metido en diabluras, posible participación en "cuatrerías" (robo de ganado), bandidaje...tenía la sangre muy caliente. pero no la tenía azul. Entonces, tenemos que este vil tlacuache, este guandajo se enamoró de la doncella de Galicia. Las cosas obviamente salen mal. Obviamente él se la robó. Pero respecto a la naturaleza de este robo hay acaloradas discusiones entre las distintas facciones que componen a mi descompuesta familia. Unos dicen que "ella bien que quería", que "ella lo tentó"...Pero de que hubo un robo, en el sentido de que fue en contra de la voluntad de ella, hubo el robo. Da igual el grado de violencia o de majadería con que se haya hecho, nada le quita el nombre de robo. Hay un detalle que mi bisabuela contaba cuando se ponía a hablar sobre estas cosas (cosas que empezó a contar tras la muerte de mi bisabuelo, cuando ya no había razón para temer), y era la manera en que él le hablaba. No tenían citas, no iban a la plaza, no había domingo de novios. Él iba a escondidas hasta su casa, ponía su ojo en un hollo que había en la pared del cuarto donde ella dormía. Quiero que imaginen la escena con detalle y se figuren lo macabra que es en el fondo y en la superficie. Un ojo fijo y solitario a través de la pared, amenazando durante la noche con matar a tu papá, con matar a tus hermanos y a cualquier otro hombre al que se le ocurra pretenderte. ¡Vaya manera de ligar! ¡Qué tremendo hijo de putísimo padre¡ Ése era el amor de mi familia: la amenaza de un crimen, y después el crimen. Se la roba. Y como es 1950, pues ¿qué se le va a hacer? Si es que así son las cosas, si es que así son estos apasionados...yo a eso no le llamo pasión, sino ser un hijo de tu reputísimo padre. Toda la pasión es creadora, toda la pasión aporta algo a la vida. Pero no estoy aquí para juzgar, sino para contar. Él se la roba, se la lleva lejos de su hogar, hasta Ciudad de México, y luego a Tijuana. Me detendré en el episodio de Ciudad de México, porque es memorable y porque también trata sobre el miedo, y se encuentra en el centro de nuestra "chilangofobia" (sé que primero prometí "dos breves anécdotas" para ofrecer el carácter de mi bisabuelo, pero me acabo de dar cuenta que debo llegar a ellas, y no ponerlas de golpe...además, más chisme para ustedes).

>>EL DESVERGUE EN TLATELOLCO Y EL PORQUÉ DE NUESTRO ODIO

Una vez casados y juntados, mis bisabuelos se mueven al Distrito Federal. Lo hacen unos años antes de la matanza del 2 de Octubre, organizada por Gustavo Díaz Ordaz (que el diablo lo tenga en su perpetua lumbre). En mi familia siempre ha existido este odio visceral hacia los manifestantes, hacia los que marchan y gritan consignas. A todos les han parecido resentidos, frustrados, llorones y desquehacerados. En cierto sentido, residual pero latente, a mí también me lo parecen. Es el clásico odio de una clase obrera "alienada" hacia una clase obrera "consciente", la disputa entre los que no se quejan ni alzan la voz porque se trata de trabajo y de ser hombre y los que quieren un poquito menos de esclavitud en su día a día. Claro que todo es mucho más complejo que como lo pinto aquí, pero nos sirve para seguir avanzando. Están ahí los bisabuelos, viviendo a las orillas de una periferia que se expande. Mi bisabuelo trabajaba en los ranchos que estaban a las afueras de la ciudad, en la ordeña. No era bueno en eso, no le gustaba hacerlo, pero yo creo que lo hacía porque incluso un hombre como él, lleno de odio, era capaz de extrañar un pedazo de tierra, y ese trabajo le recordaba a cuando todavía vivía en Jalisco. A lo mejor era porque no supo hacer otra cosa. Pero ése era su trabajo, y se burlaba de los demás trabajadores, los vendidos al gobierno, burócratas y funcionarios, y desde luego estudiantes. Oh, cómo nos tenía coraje a los estudiantes...Cuando ocurría cualquier acto de represión estatal, mi bisabuelo pensaba como un hombre del estado, se regocijaba en esta violencia marcial, en este poner en orden a los revoltosos. Total que el ruco tenía para dar y repartir emputamiento a cualquiera que se le cruzara por enfrente. Entonces pasan los años, se acostumbran a la capital. Nace mi abuelo Chuy (la otra gran pieza del "misterio"), nacen los hermanos de mi abuelo, crecen, agarran consciencia. Un día, llegado ya el 68, mi bisabuela esperaba a mi bisabuelo, ya se había hecho muy de noche y ni sus luces. Entonces, cerca de la medianoche, aparece el viejo Pit, con la cara tinta de sangre. Sobra decir que le arrimaron santa verguiza porque pasó cerca de ahí, en el lugar y en el momento justos. Después de eso, migraron para acá, para Tijuana. Siempre he sospechado que justamente en este suceso empieza la chilangofobia. ¿Tiene sentido? No sé qué piensen los lectores. A mi parecer sí tiene lógica. Puede que no, a lo mejor es mi necesidad de romantizar cada puto detalle y el cabrón solo detestara a los chilangos como detestaba a los "oaxaquitos", o los chiapanecos, o a los culichis...el caso es que los granaderos le sembraron soberana verguiza y decidió venirse con todo y familia a la frontera. Hay aquí ya un miedo más: el miedo al poder más poderoso, el miedo al único poder que puede avasallar la fortaleza individual, y es la fuerza colectiva, todo lo que involucre a muchos y que pueda superar al uno. Esta "fuerza más fuerte" fue, para el caso, el estado, el gobierno. A mi bisabuelo lo hizo correr espantado hasta la esquina del país. A donde termina la patria. Volvamos a Tijuana y retomemos, ahora sí, las dos breves anécdotas. 

>>¿TE LA QUIERES BIROTEAR?

Ya vivían en Tijuana, en el Cerro Colorado, donde yo y mi familia seguimos viviendo. La casa de mis bisabuelos está hasta arriba de la calle, por donde pasan los que van a treparse a la cruz (hay una famosa cruz blanca en la cima del Cerro Colorado). Mis bisabuelos vivían solos, aunque sus hijos los visitaban seguido. Mi bisabuela quería mucho a los gatos. Ella se encariñó con uno muy especial al que llamaba "Mich" y al que cuidaba y daba a diario de comer...pero lo hacía a escondidas de mi abuelo, porque su odio también le alcanzaba para odiar los animales. Sólamente no odiaba a su Pitbull, bravo, un ejemplo de máquina de matar encadenada a tu patio, con la frustración acumulada de ver niños y pelotas y personas y oír los pájaros reír volando libres y mirar todas las nubes que no están encadenadas a nada: ese perro está siendo abusado; si ese perro llega a asesinar, el verdadero asesino, el primer asesino, será el que le puso la cadena, el que lo dejó sólo y amarrado en una misma posición y disfrutaba de mecerse en su sillita frente a él, regocijándose en la desesperación del animal al cual no le quedaba otra cosa, otra libertad que ladrar, ladrar, dejarse la garganta en los ladridos. Ese perro era escuchado en todo el cerro, así de recio ladraba, así de importante era su desesperación. Y Pedro Páramo sentado en su equipal, meciéndose ceremoniosamente viendo el horizonte, la creciente mancha de ciudad que se expandía a los pies del cerro...su reino. 




Fragmento que nada que ver todavía...pero que usaré más adelante, a lo mejor...

He estado haciendo un repaso por las cosas que nos asustan a los seres. Uno de los sustos más básicos parece ser el miedo a la falta de luz. Para mí jamás fue un "problema serio", o sea sí, me inquietaba ver mi casa en sombras, y mi cuarto de noche, a veces cuando niño, me proyectaba ropa tendida y colgada como oscuros personajes mirándome en silencio. Pero jamás maduró este sustito hasta volverse fobia. Hasta casi diría que desarrollé más miedo a la luz que a la sombra, porque de morro me daba mucha fiebre, y yo con la fiebre me pongo a alucinar. Una vez, en mi primera serie de delirios calenturientos, recuerdo estar madreado en mi cama viendo la ventana de mi cuarto que daba a las escaleras. La primera alucinación, que recuerdo con una claridad absoluta, es la de un hombre que se para justo detrás de la ventana, con un sombrero ancho y una gabardina que le escondía los rasgos corporales, pero que lo agrandaba, como sombra detrás de la cortina lo hacía verse enorme, y el hombre no hacía nada, no se movía, sólo miraba hacia mí. Una vez miré a Snoopy meterse adentro de un cañoncito y proyectarse él mismo a través de los cielos de mi habitación. Pero incluso estas visiones, cuando las pienso y recuerdo intensamente, carecen de la experiencia del espanto profundo. Recuerdo esas situaciones, pero no me han traumado. Luego me puse a pensar que quizá esto fuera así, que no me asustasen las cosas normales de niños porque mi miedo estaba puesto en otra parte, estaba puesto en mi papá, ¡tenía miedo que se volviera loco! Era un hombre demasiado violento, y todo mi terror y mi ansiedad estaban en el simple hecho de que yo sabía que aun no había llegado lo peor de él, su peor faceta, su última gran violencia sobre mis hermanos y mi mamá. Entonces las películas de terror no funcionaron, todo parecía demasiado irreal, yo nunca he mirado fantasmas. Incluso cuando aluciné, era consciente de que aquellas no eran cosas reales, que no podían hacerme daño aunque quisieran. A veces algún juego de terror consigue inquietarme al principio, pero en esos casos uno agarra la onda demasiado pronto: los videojuegos son conjuntos de reglas simuladas en un entorno controlado, es como una casa del terror: sin importar qué tan lejos vaya todo, hay un límite que no se cruza. El payaso te persigue y tú huyes, pero sabes que si te alcanza se mostrará la pantalla de fin de juego, y podrás intentarlo otra vez...¿qué miedo puede darse en obras así? 

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