Las nudes que Venus sube a CF



El proyecto de encuerarme. Me gusta enseñar mi cuerpo a todo aquél que quiera mirarlo. Si estás aquí le gusto a tus ojos. Ver a alguien es tocarle con los ojos. Yo no tengo nada qué esconder, yo no quiero esconder nada. Nada, al menos, que tenga que ver con mi piel. A mí me fascinan las formas humanas, pero me fascina mucho, concretamente, la desnudez del varón y creo que no es muy popular en términos estéticos ni sensuales porque nuestras nudes son bruscas, falocéntricas, ausentes de imaginación. No sabemos cómo encuerarnos. ¡Hemos frivolizado el más grande gozo! ¿Cómo fuimos a parar a este lugar? Asqueados, urgidos, cohibidos y solitarios, vivimos metidos en un gran desmadre. El sexo es un problema. Es un problema de nuestro tiempo. El sexo se encuentra tanto en el arte más elevado como en el lenguaje más corriente entre la gente, lo albures, todo eso. El sexo involucra traumas horribles, mentes rajadas hasta el hueso por alguna situación en la niñez...así como también implica pequeños paraísos, los momentos más dulces de una vida...depende de la perspectiva. Las funas están a la orden del día...el sexo como inmensa zona gris donde el lenguaje no consigue ponerse de acuerdo consigo mismo...nadie entiende nada de nada, todo el mundo tiene ganas...El sexo tiene muchas realidades. Tenemos la responsabilidad de pensar acerca del sexo, no sólo el derecho de hacerlo. Tenemos la obligación de darnos cuenta de la crisis sexual. Es obvia la crisis sexual, el abismo erótico existe y es hondo. ¿Por qué existe? ¿Por qué es tan hondo? Tengo varias teorías al respecto, pero prácticamente todas parten o tienen como eje la presencia del porno diluida en nuestros inconscientes. Comencemos por la premisa más básica, una pequeña verdad para empezar: el porno envilece. El porno no termina cuando quitas el video; de hecho, si lo miras o lo has visto, no terminará ya nunca. Podrás haber salido de la página tres equis, pero las tres equis han entrado a tu cerebro. XXX: tres cruces, tres penitencias. Penitencia primera: convertir a la mujer en un pedazo de filete; penitencia segunda: volvernos maquinaria no sintiente; penitencia tercera: convertir el acto en una actividad. Esto último, si tengo que explicarlo, lo explico así: la palabra acto refiere algo relevante, algo que rasguña los límites de lo sagrado. Un acto, un encuentro, no de cuerpos, o no sólamente de cuerpos sino de todo lo que estos traen por dentro y por fuera y en medio de adentro y afuera: sus gustos por ciertas atmósferas, sus preferencias en cuanto a caricias, dónde y cómo y cuándo darlas, la especificidad maravillosa que hace del sexo y del mundo erótico un caudal inagotable de prodigios psicofísicos, dos creatividades trabajando juntas para crear el placer más creativo posible; recreación, retozo, una pijamada sin pijama, esas cosas. ¿Tú a qué velocidad te encueras? ¿Te dejas arrancar por arrebatos pasionales o te destilas lentamente adentro de la espera? ¿Te haces del rogar? En la Europa posmedieval, y a pesar de la tremenda costra oscurantista que nos impide ver aquellos tiempos como algo que no sea un mundo estancado, detenido en su ignorancia y su brutalidad teológica, se vivía la sexualidad fervientemente, a diario se pecaba y se hablaba del pecado. A las diferencias culturales en cuanto a comida, vestimenta, religiones y filosofías se añadía, secreta, picarescamente, la diferencia erótica, el cómo se hace aquí o allá el amor. Las mujeres de Borgoña, por ejemplo, tenían fama de desvestirse todas antes de cualquier tocamiento, pues tal era el apetito que la espera resultaba inaceptable. En nuestros ahoritas pareciera que estamos muy lejos de aquello. Me explico: asumimos la sexualidad como una pedazo inseparable de todo el presente: la tenemos, como dije ya, por todos lados: en publicidad, redes sociales, en el lenguaje del diario cargado de bromitas y bueno, nunca como en estos tiempos había sido tan fácil dar a conocer públicamente nuestros cueros, ganar dinero a costa de enseñar los cueros a extraños al otro lado del mundo en internet. A veces ni siquiera tiene por qué mediar un aliciente monetario: la cultura de los semi-nudes y las historias hot en CF son una práctica ampliamente difundida entre nuestras juventudes desmoralizadas, salidas del sendero del señor, no más agnus dei. Gente que va en la calafia viendo historias y de repente le aparece un encuerado, una encuerada; eso es un claro ejemplo de cultura (asumiendo que la cultura es el relato paralelo y simbólico a la evolución con que pretendemos explicar nuestra naturaleza). No podemos reprimir la urgencia, somos criaturas biológicas, la vida se reproduce a sí misma con una ansiedad genética inscripta en nuestro código evolutivo y de ahí a publicar tu culo pues no hay tanta distancia que digamos. A veces estas fotos calientes llevan al borde los parámetros del algoritmo, desafiando el concepto que sostiene Meta acerca de lo que significa ser, estar, mostrarse uno como Dios lo trajo al mundo. Es bastante interesante comprobar que incluso algo tan aparentemente objetivo y obvio como lo es el estar encuerado (uno siempre sabe cuando mira a alguien encuerado) pueda suponer, sin embargo, tantas claúsulas y normas y penalizaciones cuando se trata de un espacio digital administrado por una empresa cuya función sensora se encuentra, sin embargo, programada por alguien con piel, un respirador compulsivo que hizo uso de unas reglas simbólicas para definir que tal o cual pedazo de pixel constituye, fuera de todo género de duda, una desnudez. 

En resumen, sí, vivimos inmersos, quizá, en la que sea la época más caliente de la historia de la humanidad. Esta verdad incostestable, sin embargo, no se salva de un incómodo pero...sí, estamos más desnudos, sí, tenemos más sexo que nunca, sí, tenemos la boca llena de sexo (en las pláticas y en los ámbitos públicos, quiero aclarar, "no se saca la verga de la boca", dirían astutamente los sinaloenses), pero este torrente, este carnal caudal carece, por primera vez, de dirección, de lugar al cual llegar o desde el cual partir. Lo que quiero decir es que nuestra calentura irremediable carece de un marco simbólico y cultural que le dé significado a dicha calentura. Esto se debe a que la cultura es el mercado. Toda forma de cultura que no se encuentre subordinada al mercado durante el futuro cercano simplemente desaparecerá. El sexo, engarzado en el centro misma de toda forma de cultura, sufre esta mercantilización más que ninguna otra.Y si a alguien todavía le quedan dudas de que el significado es una necesidad humana (y que, por lo tanto, una época incapaz de ofrecer ningún significado es incapaz de ofrecernos una buena relación con nuestro eros), hágase un examen en su estado de ánimo, piense en cómo se siente, no sé, mientras va al trabajo, a la escuela, a la casa al mismo cuarto de siempre; no se sorprenda aquel a quien su examen le arroje sombrías informaciones, números bajísimos de ganas de vivir, vitalidad y disfrute. Nuestra época erosiona el sentido como ninguna otra, no tenemos por qué ir a trabajar, por qué ir a la escuela, por qué cultivarnos como seres pensantes y sintientes...bombardeados por noticias deprimentes, oscurecidos augurios acerca del futuro cercano, el temible día 0, días sin agua, días sin atmósfera que nos defienda del sideral vacío, los árboles se están ahogando, perros perecen en las calles sin que nadie los entierre, todo es una enorme chingadera y pareciera que nadie se encuentra al mando, nada nos espera al final de todas estas mamadas. Saliendo de este tunel hay más noche, entonces, ¿para qué salir? Así, vivir en esta época parece un perpetuo tentar sombras, adivinando de quién es esta silueta, ser uno mismo no más que una pura silueta. No es un escenario idóneo para ejercer el amor. Y aunque Cupido sea ciego, él confía en nuestros ojos. Pero si todo lo que hay está en sombras, pues valió verga el ritual este. Aparece entonces, eroicamente, la pornografía. Porque seguimos necesitando la caricia y el calor, las ganas no se han ido a ningún lado, y estamos dipuestos a llegar a donde sea para calmarlas, y nos metenemos a las madrigueras más infectas, de noche cuando nadie ve. Pero el porno no solo no se parece en nada al acto erótico, sino que es contrario a él, es su misma antítesis porque aunque parece imitación del sexo, es en realidad su deformación. Y no voy a salir con las mamadas del amor, del recato, del vínculo, que el sexo se disfruta más cuando hay sentires de por medio. No es el caso, pues se trata de argumento igual o más rastrero, y al amparo del cual han encontrado cobijo toda clase de axiomas sexistas y machistas. No, mi punto es otro, y es que el sexo no es, como dijimos, una actividad, sino un acto. El porno es industrial, estandariza, clasifica y hace una taxonomía de los encuentros eróticos (la evidencia es que existen las "categorías", como escoger un sabor). El sexo es un acto único cada vez. Un acto tiene que significar, y el significado es social. Incluso en todas sus variantes masoquistas y en los ámbitos del fetiche, la presencia de alguien más no deja de ser clave para el delicioso. El sexo es una relación. Y por eso nuestro sexo, el sexo del siglo XXI, el sexo de un siglo que ha puesto todas sus fuerzas en el proceso de borrado de el otro, ese siglo se encuentra impotente. Encontramos calentura más no calidez, cosquillas pero no placeres, saciados pero sin satisfacción. El sexo está desamparado. ¿Qué pasaba entonces antes? Pasaba que incluso la rebeldía, el pecado, la desobediencia a Dios, todas esas cosas que significaban eran preferibles al vacío nihilista. El sexo significaba, sino pregúntenle al arte. Ni siquiera hablo de la pintura, medio a través del cual, con la excusa de los santos y los ángeles y vírgenes, han hallado desde siempre los pintores unas muy buenas razones para exhibir pieles, rollizos muslos y sinuosidades anatómicas. No hablo de eso (aunque perfectamente podríamos hablar de eso), sino de cosas como El Decamerón, de Boccaccio, un libro que fue proscrito pero no porque hablara abiertamente de desnudos, de sexo, de frailes y monjas teniéndolo, sino porque hablaba del sexo como un acto humano, un acto digno de respeto, lleno de virtuosidad. Boccaccio hacía entrar el gozo de la carne y los placeres en la lógica cristiana, hallando huecos aquí y allá en la manera en que el clero interpretaba las sagradas escrituras y por esos mismos huecos hacía caber orgías, misioneros, fajes y veladas de una noche. Para Boccaccio, el sexo era una cosa digna por el simple hecho de que la Naturaleza (Dios) nos había equipado para ello, nos dio los saberes y las herramientas. Nos dio permiso. El sexo no nomás como un dulce gozo, sino también como una intensa rebeldía, un firme pararse de frente a la iglesia y la inquisición y los pecados capitales y poner primero la tierra, el ahorita y el aquí, no esperar al reino altísimo para gozar y ser felices sino serlo ya. Luis de Góngora, valiéndose de un formato poético caído en el olvido durante los Siglos de Oro (el epitalamio), escribió un poema erótico con la misma intensidad y detalle y aliento que si escribiera una épica o una tragedia; tal poema se llama Polifemo y Galatea, y sus retozos amorosos pasaron invisibles a los ojos de inquisidores y censores durante siglos, porque Góngora entendía. E igual que él, Marguerite Duras, Anaïs Nin, Petronio en la vieja Roma y Ana Clavel en el México de ahorita, los artistas, los poetas, las gentes que les gusta pensar, tarde o temprano acaban entendiendo. El sexo no es una necesidad como cualquiera otra, se encuentra aparte, es su propio reino. Y nosotros, aunque lo entendemos, no nos damos a entender. Hemos dejado solo al sexo. Nuestra actitud hacia lo erótico me gusta describirla con este poema náhuatl:

"¿Qué era lo que acaso tu mente hallaba?
¿Dónde andaba tu corazón?
Por esto das tu corazón a cada cosa,
sin rumbo lo llevas: vas destruyendo tu corazón.
Sobre la tierra, ¿acaso puedes ir en pos de algo?".

Para el caso, obviamente sustituiríamos el "corazón" con una verga, o una vulva, o con todo el cuerpo que es todo en sí un inmenso órgano sexual. Y nuestros cuerpos no pueden ir en pos de nada. Así llevamos nuestros cuerpos, tal como en ese poema, sin rumbo, vagabundeando entre los otros cuerpos, limosneando cuerpos y dando el nuestro en limosna. Así se nos revela el corazón de este problema: no nos conocemos y no conocemos a los otros. Y no me parece una casualidad que el poema de arriba sea, precisamente, parte de la IN IXTLI IN YOLLOTL, una profunda concepción del mundo náhuatl que, traducida, quiere decir, literalmente, "rostro y corazón". Para los primeros mexicanos, el ser humano nace sin rostro y sin corazón, nace vacío, y ha heredado únicamente el propósito de edificarse, de construirse, de darse corazón y rostro, de darle rumbo al corazón. Nosotros, nuestra misión, sería no muy diferente: darle rumbo al cuerpo, poder convertirnos en nuestro cuerpo. En ese sentido, admiro mucho a la raza trans; han asumido como nadie esta tarea violenta y hermosa de darle forma a la carne, la forma verdadera que supera y elimina la apariencia, que llega adentro, hasta el fondo de sí misma. Pero ésa es una reflexión que no me corresponde. Me corresponde, sin embargo, asumir que aun el resto de la gente, el resto de los otros grupos y grupitos y todos los individuos y, en suma, toda forma de vida que se manifieste cuerpo mediante, tenemos en las manos la titánica tarea de darnos cuerpo. Nuestros cuerpos todavía no existen, años de video y programación estimulante lo han transparentado, le han borrado los relieves y limado las texturas. Aunque se grite a los cuatro vientos que la posmodernidad es el imperio del individuo, es una mentira, es falso porque el individuo es diferente, se trabaja a sí mismo desde afuera del común egoísmo, se trabaja a sí mismo pensando que se compartirá con los otros, que nació de una persona otra. Y la posmodernidad lo que hace es igualarnos, volvernos a todos iguales, uniformar nuestros gustos y preferencias, hacer comunes todas nuestras historias y propósitos. La posmodernidad no es el imperio de los individuos, y el emperador no está desnudo. Será nuestro designio, entonces, desvestirle de sus ropas al emperador, y vestirlo nada más con nuestras manos. 

A mí, por ejemplo, me encanta estar desnudo y que una cámara me mire. No existe nada de indecente en esto. Me siento pleno y sin pudor porque la piel es una belleza sin excusas, es la máxima manera de la honestidad. Porque somos cuerpo. Parar el culo, apretar una almohada entre los muslos, cruzar las piernas, estrujarme la verga y que en mi abdomen la luz suba y baje, como si incluso la luz me deseara. También, me parece que no es necesario que en cada nude masculino el pene se encuentre erecto, no mames, ni siquiera es necesario que haya pene en primer lugar, me gusta explorar mi cuerpo de manera realista, no siempre la tengo parada y no siempre se trata de mi verga y eso es algo normal. Los nudes también transmiten emociones. Puede haberlos tristes, curiosos, enojados y etéreos. Mi postura, mi tensión muscular y la velocidad de mi sangre transmiten el estado de ánimo de mi carne. Yo tengo adoptada la mirada y la postura de la Venus del espejo de Velázquez (el cuadro que da portada a este texto). Esta pintura, por cierto, me sirve también para prefigurar mi defensa del nudismo como un acto de la más alta nobleza: el amor, el deseo de sí mismo. Venus, a quien vemos no como una diosa ni deidad sino como mujer de carne y hueso, recostada voluptuosa viéndose al espejo, deleitándose en su propia imagen y el angelillo que también la mira (¿a ella o a su reflejo?). Este cuadro, además de sumarse a las reflexiones de Velázquez sobre el acto de mirar y de cómo los ojos de los espectadores son el último pigmento en una pintura, de cómo la última pincelada la da quien contempla, sirve también para justificar toda una forma de arte y de representación del mundo: el desnudo por el desnudo, el desnudo porque sí, porque se antoja, porque dan ganas. La interpretación cobra todavía más sentido cuando tomamos en cuenta que el angelillo fisgón es el mismísimo cupido: el amor vencido de deseo, el corazón deseando.

Dije en los primeros párrafos que en ninguna otra época como en la nuestra se ha adoptado una "desinhibición" en torno al sexo. Pero tal desinhibición es aparente. Hablamos y hablamos de sexo, pero no decimos nada. Y esto es porque todas nuestras conversaciones y también todos nuestros pensamientos están encerrados en invisibles por enormes estructuras lógico-verbales, bardas hechas de palabras que no nos permiten pensar ni decir nada significativo acerca del ars amandis. A través de este mecanismo de estructruras, se nos encauza en aparente albedrío, se nos suelta en una jaula que es lo suficientemente grande para darnos la ilusión de que no hay jaula. Hablamos y hablamos sordamente (sin escucharnos y sin escuchar) de sexo, compartimos memes sobre sexo que ni siquiera son graciosos. La mayoría de los chistes sexuales que corren en internet son inseguridades disfrazadas de memes, estúpidos miedos que se van sembrando en las consciencias sobre temas como la infidelidad, la impotencia, la pérdida del apetito conforme va pasando el tiempo, la voluptuosidad de las mujeres como un elemento amenazador para los hombres, la supuesta universalidad del adulterio en el varón, los colágenos, los sugars, todo el paquete de chingaderas culturales que definen lo que tenemos permitido pensar y decir acerca del roce con la orilla de otro ser. Propongo que olvidemos todo eso, porque aunque olvidar tiene su chiste, no es nada del otro mundo. A diario olvidamos naturalmente mil cosas, es cosa nada más de elegir lo que olvidamos. 

...

A continuación una lista de libros que desde diversos géneros me han sido de gran provecho para ensanchar los límites de mi comprensión erótica del mundo. Probablemente parezca muy pendeja la idea de sugerir la posibilidad de "cultivarse" sexualmente a través de la lectura de libros. Probablemente todo esté nomás en salir a tocar pasto. Pero la experiencia engaña, puede ser muy mitómana, no hay que confiar cien por cien en la experiencia de nuestros sentidos. Sobre todo porque lo que llamamos mañosamente experiencia es en realidad la memoria que tenemos de una experiencia, y la memoria, también sabemos, deforma y edita a su antojo en el cuarto oscuro de la consciencia. Lo que quiero decir es que yo, como persona que ha experimentado el sexo, como ser sexual, no podría concebir el acto como una suma de encuentros, sino como la reflexión, el pensamiento alrededor de esos encuentros. He ahí la verdadera experiencia. De nada sirve vivir sino pensamos lo vivido. Y como los libros son evidencias de que alguien más ha pensado en base a experiencias, pues es una manera de compartir, de "dialogar", si queremos así decirlo. Estos libros siguientes contienen "diálogos" sexuales que he encontrado, a lo largo de mi vida, interesantes, que han contribuido a mi edificación, a mi esclarecimiento del enigma sexo. No es una bibliografía ni nada, simplemente son obras que se me vienen a la mente ahorita y en las que pensé mientras escribía este texto: 

Oso—Marian Engel [Novela acerca de una mujer que se enamora de un Oso y se lo acaba follando, no veo cómo podría no ser EDUCATIVO]

La pianista—Elfriede Jelinek [Novela sobre una profesora de piano que tiene ALGO con un alumno, muy buen texto para preguntarse acerca de los límites del consentimiento, los fetiches violatorios y el abuso, es muy oscura y por momento sí quisieras no seguir leyendo, pero vale muchísimo la pena. La película también es excelente]

Las violetas son flores del deseo—Ana Clavel [Sencillamente una de las mejores novelas eróticas que se han escrito, con oscuras reminiscencias a los mitos griegos, los cuentos de Felisberto Hernández y la efervescencia sexual durante la infancia, debe leerse]

Lo bello y lo triste—Yasunari Kawabata [Novelita erótica acerca del duelo causado por una separación: la del espíritu y la carne]

Héroes, atletas, amantes. Historia esencial de desnudo masculinoLuis Antonio de Villena [Ensayo que dio pie, de hecho, a muchas de las reflexiones de más arriba. Repaso histórico de distintas artes en las que ha quedado fresca la impronta de las carnes varolines sueltas]

Élisabeth Roudinesco—Nuestro lado oscuro [Otro ensayo, sobre la patología y la desviación como nociones definidas por los contextos y por los poderes, muy ilustrativo]

Diarios amorosos— Anaïs Ninn [Un diccionario, una absoluta enciclopedia sobre el sexo, sobre la mujer, sobre el cuerpo, sobre el amor y el deseo de amar



Comentarios

  1. A huevo, carnal, muy interesante tu texto. Me resulta llamativo cómo las y los artistas se escudaban en el misticismo —en su relación con la divinidad y las representaciones divinas, como señalas— para expresar sus deseos carnales... Ahora que la censura no es la misma, ahora que vivimos «el amor en los tiempos de la pornografía y el Insta», ¿cómo se desarrolla el erotismo en las obras de las y los jóvenes creadores? Yo nomás espero que se vengan
    tiempos mejores jajaja.

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