Los corceles de Faetón



Febo, el sol de los griegos antiguos, tiene un hijo llamado Faetón. Faetón, cuando sea grande, quiere ser como su padre. Por eso, para irse preparando, le pide permiso de dirigir a sus corceles, de encaminar su carro luminoso por el cielo. 

Faetón, convencido, pide al punto el gobierno mismo de su genitor, para, siquiera un día, gobernar el universo. 

—Ah, hijo mío—le reprocha el sol— ¡creo que me pides demasiado! ¡ojalá me pudiera desdecir! Pretendes endiosarte... Los dioses consiguen todo aquello que pretendes, pero, únicamente yo puedo conducir el carro de fuego que ilumina al mundo. Júpiter mismo—¿y quién más poderoso que él?—no se arriesgaría en tal empresa. Al principio el camino es muy escarpado, y mis corceles aun pueden ser contenidos. Al fin de la carrera, cuesta abajo, ¡cuánta experiencia se precisa para frenarlos sin que se desboquen!

(...)

Para conducir mis caballos fogosos y encabritados, que van echando fuego por boca y narices, se necesitan, hijo mío, fuerza y habilidad que únicamente yo poseo. 

(...)

No te salgas, ¡oh, hijo mío!, de la pista, porque si subes tocarás el cielo, y si desciendes te estrellarás contra la tierra. 

---Las Metamorfosis, Publio Ovidio Nasón, págs. 37-38<<

Aunque sea nada más por ese día, el hijo quiere ser el padre. Faetón quiere ser Febo. Cuando su padre, aunque con advertencias, se lo permite, Faetón acaba por ahogarse en el océano, porque, a pesar de su confianza, de su ímpetu y vitalidad, no pudo dominar a los corceles de su padre. 

Faetón, sin escuchar los avisos de su padre, subido sobre el vehículo y empuñadas las riendas, feliz de la gracia obtenida, partió...

(...)

despavorido, Faetón no lograba enderezar el rumbo.

(...)

El infausto y triste Faetón, contemplando tan lejana la tierra, tiembla y se atribula , rodeado por todas partes de abismos;

(...)

Lo mismo que cae una estrella, cayó Faetón desmayado sobre la tierra.

(...)

<<Aquí yace Faetón, que conducía el carro de su padre el Sol. Desdichado en su empresa, le justifica al menos su decisión viril>>

---págs. 39-41. 

Bien. Mientras Mitia Karamázov se encamina hacia su propio precipicio, alebrestando a los caballos que le llevan hacia la aldea de Mokróie, donde le espera su amada, no se saca un nombre de la mente y de los labios: el rubicundo Febo...

—Mañana, cuando el sol alze su vuelo, cuando se levante Febo, eternamente joven, alabando y glorificando a Dios. 

(...)

¿Esta bala? ¡Qué estupidez! Yo quiero vivir, ¡yo estimo la vida! Ya lo sabes. Adoro al rubicundo Febo, de rizosos cabellos, y su ardiente luz...

---Los Hermanos Karamázov, Dostoievski, págs. 622-623

dice que lo adora, pero su aparición, la salida del primero de sus rayos, se la ha fijado como alarma para suicidarse. Efectivamente, en cuanto amanezca, planea quitarse la vida. 

Mientras tanto, Dmitri Fiódorovich volaba por el camino. Hasta Mókroie había poco más de veinte verstas, pero la troika de Andréi galopaba tanto que pudo recorrerlas en una hora y cuarto. La velocidad de la marcha avivó de pronto a Mitia. El aire era puro y fresco, estrellas enormes brillaban en el cielo despejado. Fue la misma noche, y puede que la misma hora, en que Aliosha, tras caer sobre la tierra, juró extasiado "amarla por los siglos de los siglos". 

---pág. 633

En el mito griego, la enseñanza es bien sencilla: no te adelantes, no ansíes aquello que no te corresponde. No quieras ser más de lo que eres. En Los Hermanos Karamázov, mientras Dmitri vuela a toda velocidad hacia su amada, fustigando a los caballos indolente, me es imposible no mirar en Mitia un trasunto de Faetón, con una crucial diferencia: mientras que allá el hijo desea demostrar ser como su padre, estar a su misma altura y alumbrar igual de bien el mundo, acá Dmitri quiere demostrarse lo contrario, que no es, como Fiódor Pávlovich, "un canalla (...) satisfecho de sí mismo"; para probarlo, se arrastrará a los pies de la mujer que ama, aunque ella le desprecie y no le elija como amante, justo en eso, en que no es amado de vuelta, reside el sacrificio que él está dispuesto a hacer y con el cual pretende redimirse. Pero hay más que una simple repetición de imágenes: Dostoievski plantea, a través de estas escenas y paralelismos, la difícil y eterna cuestión de las relaciones existentes entre los padres y sus hijos. Dios y Cristo, Helios y Faetón, Dmitri y Fiódor Pávlovich...de manera similar a como Iván, por su parte, representa a Cristo (a un tipo diferente de Cristo, al menos) en su particular crisis existencial que lo orilla a renegar de la obra de su padre, Dios, (ese famoso "devuelvo mi boleto para entrar al paraíso"), Dmitri, más primitivo, más terrenal que su hermano, más ímpetu que lógica, es el trágico hijo del lucero soberano. Para aportar todavía más a mis puntos de vista, diré que en toda la novela se insiste en la "cuestión karamázoviana", en ese instinto de ímpetu y necedad que recorre la sangre de todos los Karamázov, la pasión ardiente, el desenfreno, el ir hasta el fondo de las cosas y del sí (famosa es también la frase de Iván: "¡Puestos los labios en esta copa, ya no los quitaré hasta apurarla!", o la escena en que Aliosha se postra para besar la Tierra y jura "amarla por los siglos de los siglos"). Dmitri ha heredado de su padre la violencia y el ímpetu. Se hizo soldado y volvió a la casa de su padre exclusivamente con el interés de reclamar su herencia. En el proceso, sin embargo, las cosas se tuercen, y no solo su padre le niega su parte del dinero, sino que también le disputa a la mujer (la misma por la que cabalga desbocadamente hasta la aldea de Mokróie). De esta manera, cada hijo habría sacado de su padre una herencia simbólica que se manifiesta a través del carácter. Fiódor Pávlovich Karamázov es, además de un lujurioso y un bufón que se ridiculiza a sí mismo, tiene ciertos dotes poéticos y religiosos, pues conoce de obras literarias y filosóficas, como se demuestra en el capítulo "Una reunión oportuna", y su ambigua relación con lo religioso lo lleva a proferir de vez en cuando citas bíblicas (como al principio, cuando el narrador cuenta que al enterarse de la muerte de su primera esposa, sale enloquecido a la calle gritando: ¡Señor, ahora dejas ir a tu siervo!, sentencia que viene de San Lucas, 2, 29). Se conoce, entonces, que cada hijo suyo vendría a ser uno de sus rasgos elevados a la décima potencia, correspondiendo a cada cual su tragedia respectiva. Iván, el que heredó lo racional y literario, acaba por enloquecer de culpa alucinando al diablo y auto proclamándose el verdadero autor del parricidio que, según la corte, cometió Mitia. Aliosha vive su éxtasis divino a lo largo de toda la novela, y por las notas que dejó Dostoievski al morir y que indicaban una más que probable continuación de su historia en una secuela que no alcanzó a escribir, él tendría su propio precipicio religioso...pero Mitia no tiene que esperar. Él, a quien Dostoievski describe junto a su padre como "los sensuales", lucha contra este sentimiento torrencial de gozo y asco de sí mismo que es propio de los seres demasiado enraizados en el suelo de este mundo, los que prefirieron lo corpóreo y material, la carne, el placer y la violencia. Su adoración por Febo tendría lógica, en ese sentido, como el amor por todo lo que es absolutamente contrario a su naturaleza. El sol es celestial y bello, está lejos de aquí y su caricia es más bien etérea que táctil. Es un ideal al cual espira y por el cual está dispuesto a morir, no sin antes, como él bien lo dice, haber amado, amado de verdad aquí en la tierra, con un amor puro y divino, que excluye la sensualidad del cuerpo y el calor de la amada. Los caballos de su "Troika desenfrenada" vendrían a ser, para mí, ese impulso que intenta y sin embargo no consigue dominar, pero frente al cual no se rinde ni un instante y que le acaba despeñando a la tragedia: su arresto por el supuesto asesinato de su padre, la pérdida del dinero de su herencia y el distanciamiento de su amada. 

Es necesario para mí aclarar, en este punto, que para mí el conflicto entre Dmitri y Fiódor es el corazón de la novela. Iván será el espíritu y Aliosha el alma, pero este duelo parricida, pautado por los desacuerdos entre padre y primogénito, le da todo su ritmo y su vivo color al monumento literario de Dostoievski. Muchas interpretaciones, con justa razón, y valía, defienden tesis diferentes. El mismo Dostoievski, en el prólogo de la novela, aclara que su personaje principal es Alexéi Karamázov "Aliosha". Para los académicos y comentaristas de la obra, el verdadero protagonista vendría a ser Iván Karamázov, puesto que son sus reflexiones e ideas, particularmente la de que si Dios no existe, "todo está permitido", las que accionan el actuar de prácticamente todos los personajes, y es a la luz de dicha declaración bajo la que se explora la libertad del hombre sin dios puesta en práctica a lo largo de la trama. Pero es Dmitri quien encarna esa libertad y, por lo tanto, esa idea. Sobre lo de Aliosha, me parece obvio que Dostoievski lo consideraba el protagonista porque se veían, en él, a sí mismo. Yo propongo que, en atención a que el suceso central de la historia, el asesinato de Fiódor Pávlovich, gira alrededor de tres personajes (Dmitri, el acusado, Fiódor, la víctima, y Smérdiakov, el criminal), es la relación padre-hijo la que proyecta con mucha más intensidad la esencia de ese parricidio. Y de ahí que la presencia de Febo, padre de Faetón, resulte clave, por la insistencia con que Mitia se aferra a su nombre, por la transposición de imágenes en que Dmitri, en un sentido simbólico, intenta dirigir a los corceles de su padre (entendiendo a los corceles como la fuerza y el impulso Karamázovianos que dentro de él palpitan y circulan, y que son una herencia directa de la sangre de su creador). Sin embargo, y como ya dijimos, hay una diferencia clave, y es que, mientras en el mito griego Faetón desea conducir el carro del sol precisamente porque siente orgullo de ser su hijo y porque quiere comprobar a sus amigos que es, realmente, descendiente de su padre, Dmitri va en la dirección contraria: repudia a su padre, se ve desde uno de los primeros capítulos, "Una reunión inoportuna", en que apenas pasan instantes sin que las diferencias (y semejanzas) de carácter hagan aparecer la discordia entre los miembros del coloquio que sostienen en la chozita del stárets Zósima. Dmitri desprecia a su progenitor, no solo por ser lujurioso, haragán, violento y ridículo (y por sentir estas mismas cualidades en él mismo), sino, además, por haberle abandonado desde niño, por haberle negado el amor. Este odio filial, nacido del más puro resentimiento hacia una figura familiar que se supone habría de darte amor y educación, se agudiza hasta llegar al clímax de la trama: la noche del parricidio. Hay un detalle clave en la manera en que Dmitri intenta ejecutar su tentativa que revela que, de hecho, él no fue ni podría haber sido, porque en él puede, finalmente, más el amor que el rencor. Dmitri ofrece una imagen que, vista en su justa medida, es una alabanza hacia la libertad del ser humano, libertad que, por su parte, atormenta y destruye al hermano Iván Karamázov. Tal detalle es nada menos que la mano de almirez. Esta pequeña herramienta, que en la cocina mexicana tendría su equivalente en el tejolote de los molcajetes (en Guadalajara le dicen, también, "manita") es más que la supuesta arma del crimen, guarda todo un significado religioso y filosófico que se nos revela si buscamos en las fuentes. En la portada de la edición en Cátedra de Los Hermanos Karamázov, la mano de almirez aparece nada menos que como imagen central de la novela, una mano de almirez dorada, manchada por la sangre del delito. Pero, ¿por qué Dostoievski escogió esta mano como arma homicida, y por qué la escogió, a su vez, Dmitri, para luego no hacer uso de ella? 



El episodio bíblico al cual se encuentra atado este elemento es "Jesús visita a Marta y María":

38 Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. 39 Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. 40 Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. 41 Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. 42 Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.

El pasaje es claro en su dicotomía: servir en la tierra, hacer el quehacer del reino de este mundo, como hace Marta...o sentarse a los pies del Hijo, para escuchar sobre el reino del después, el de los cielos. Son dos actitudes que definen a la humanidad: hacernos cargo de la vida en este mundo, sin atenernos a lo que venga después, o librarnos de la carga de vivir porque esperamos otra vida más mejor en otro estado de existencia. La oración final es también clave: "María ha escogido la buen parte, la cual no le será quitada". Esta parte que no le será quitada es obviamente el cielo, es la vida eterna, pero su actitud denota que abandona una vida segura, la presente y corpórea, en la cual se afana Marta, a cambio de una incertidumbre, celestial, sí, pero incertidumbre al fin y al cabo. La mano de Almirez es un elemento aportado por el pintor Diego de Velázquez, quien al retratar la escena, incluye este utensilio de cocina.


Existen muchísimas maneras de ver esta pintura. Para algunos, el dedo de la anciana es clave: vive el día a día, cumple con tus responsabilidades, cocina, atiende, trabaja...pero no te olvides de tu espíritu inmortal, pues dejarás atrás la carne, y junto con ella la cocina y el trabajo de los días. La mano de la anciana señala hacia el Hijo y hacia María, que atenta le escucha. Para algunos, es un reproche: la anciana estaría envenenando la consciencia de Marta, quien le hace ver la actitud pasiva de María, que por escuchar a Cristo no la apoya en las tareas domésticas. Para otros, sin embargo, leyendo de manera metapictórica, su mano señala hacia la escena religiosa precisamente para hacernos conscientes de que lo divino está presente siempre, que recorre cada instante de la vida y que no es justo olvidarlo porque, finalmente, sólamente eso quedará, nuestra "alma inmortal". Bajo cualquier manera de mirarlo, la mano y el almirez adquieren la carga simbólica del trabajo en este reino terrenal, representan a quien ha escogido vivir en la tierra sin esperar el cielo. 

Ahora podemos a regresar a Los Hermanos Karamázov, sabiendo que esta mano de almirez, situada en el marco narrativo y filosófico de la novela, es clave valiosísima para poder interpretarla. Y es que Dmitri escoge un arma con qué llevar a cabo su plan de parricidio precisamente porque sabe, en el fondo, que no podrá cometerlo. La mano de almirez es una forma de tomar distancia, de separarse de la materialidad del acto homicida...revela su inseguridad y su esencia vital, su amor por la vida que lo lleva al grado de no poder arrebatarla, ni siquiera a un personaje que le es tan odiado como su propio padre. A Fiódor Pávlovich lo mata Smérdiakov, hijo bastardo suyo y quien merecería su propio análisis aparte. No lo mata Dmitri. Aunque el tribunal falle en su contra y le condene, aunque él mismo, en su delirio, llegue a no estar seguro de si ha sido o no él, finalmente su alma se encuentra limpia, y lo único que queda sucio, lleno de sangre, sobre la tierra, es la mano de Almirez. De esta manera, y aunque el mito griego original sea ya trágico por sí mismo, Dostoievski retuerce dicha tragedia, la actualiza, quita a los dioses de en medio y deja nada más que a los seres humanos. Dostoievski vuelve corpórea, a través de Dmitri, la tragedia de Faetón y Apolo, aquí llamado Mitia y Fiódor Pávlovich Karamázov. Aquí el que muere es el padre y no el hijo, y en una novela que eleva el parricidio a la categoría de problema existencial (el abandono de Dios Padre sería visto, por la Iglesia y por la fe de toda nuestra raza, como una manera de asesinarlo...si negamos que exista y que haya existido, estamos asesinando a nuestro padre). A unos, como Iván, esto los lleva a no poder soportar la culpa de un pecado semejante: se vuelve loco, sufre de fiebre nerviosa, mira y habla con el diablo. Se hunde. Pero Mitia, como criatura que ha decidido arrastrarse a través de este valle de lágrimas, consigue llegar a ver la luz de Febo sin haberse muerto, sin haber renunciado a la copa, sin haber apartado los ojos ni las manos aunque lo que estuviera viendo y haciendo fuese horrible por los siglos de los siglos, pues entiende que en la vida no hay milagros, que la vida es el milagro mismo, que no hay mayor milagro que la vida, que el sufrir y que el llorar porque estamos y porque seguiremos estando aquí. Los Hermanos Karamázov como himno a Febo, como oda al sol que alumbra la vida siempre renovándose desde su muerte, como invitación a asesinar al Padre, como testimonio de los que han sufrido y aun así, aun con todo, aun a pesar de todo, no renunciarán jamás hasta haber apurado la copa...

enlace para poder leer gratis en línea Los Hermanos Karamázov: https://telegra.ph/Los-hermanos-Karamázov-04-09-65
enlace para poder leer gratis en línea Las Metamorfosis de Ovidio:  https://telegra.ph/Metamorfosis-03-08-35

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