Rulficidio




Rulficidio. ¿qué pensamos como admiradores y lectores de Juan Rulfo al escuchar esta palabra? Me imagino que a muchos les suena a blasfemia. No me importa. Yo no soy seguidor de Juan Rulfo. No lo he puesto en ningún pedestal, más que nada porque pienso que esta es una actitud que a él mismo le desagradaba y que demostró, una y otra vez en sus escasas apariciones ante el público, que no le importaba nada de ese mundo que hoy es responsable de su fama. Hay seguidores de Juan Rulfo, los pasivos, los que no dialogan con la obra, no les que no le dan la obra lo que exige y que a ella no le exigen nada, los extasiados boquiabiertos ante la belleza de cómo Rulfo nos dice las cosas; están, de un lado, estos seguidores, del otro los perseguidores, los que manipulan y retuercen lo que dijo Rulfo para decir lo que ellos quieren decir. El problema de estos segundos es que, en su afán de usar las palabras de Rulfo para decir lo de ellos, acaban eliminando a Rulfo. Aquí se cuentan los académicos. Entre seguidores y perseguidores han acabado ahuyentando al pobre Rulfo, ¡espantaron al viejito! ¡Pero si él sólo quería hacernos pláticas! Hemos sido egoístas con Rulfo, no le hemos escuchado, le hemos interrumpido mientras habla, le hemos quitado la palabra de la boca, ¡le hemos escupido con nuestro monólogo! En resumen, que no hemos sabido cerrar el hocico. Esto no sería ningún problema, si al menos el hocico se abriese para hablar cosas interesantes, para decir luces y alumbrar mejor el espacio que existe entre Rulfo y nosotros. Paradójicamente, esta actitud es el producto de nuestro más sincero amor hacia él.  Me explico. Una como sombra fúnebre ha descendido sobre el pobre Juan Rulfo: le hemos endiosado, idolatrado, y hemos sin lugar a dudas perseguido cada rastro de cada letra suya para succionar hambreadamente todo lo que él tuviera por decir o escribir...aunque él mismo lo considerase algo imperfecto o indigno de ser dicho/escrito (véase la obsesión tan enfermiza que despierta entre eruditos y académicos el ánima nonata de La Cordillera...). Las interminables nuevas ediciones de El Llano en llamas y de Cartas a Clara me parecen una ofensa terrible hacia él, sobre todo viniendo de una industria que dice respetarle y alabarle. Nos hemos empalagado de él. Hemos disfrutado ciegamente a Rulfo. Hemos sido, al mismo tiempo, seguidores y perseguidores. Nos hemos maravillado en sus palabras preciosas y perfectas, pero no nos hemos preguntado todavía lo que estas palabras tan bonitas intentan desesperadamente decirnos. Hemos convertido a Rulfo en un producto. Netflix le ha sacado una película, y ha puesto toda su maquinaria a trabajar a todo vapor para que su producto nos parezca de todo menos un producto: actores de renombre pero prietos, un director avalado por los óscares y una plataforma de distribución multimillonaria han ofrecido su interpretación del texto de Rulfo de la manera más pobre posible: una calaca en forma de imágenes de algunas de las palabras que tiene la novela. La película está tan miserable de recursos y de ideas que no se le ocurre otra cosa que arrancar con una voz en off de Juan Preciado leyendo el inicio de la novela. Por si no quedaba claro, por si no te habías fijado, al escogerla en el catálogo de Netflix, que estabas a punto de ver una producción basada en la novela Pedro Páramo. Esto, este inicio por sí solo, ya declara fuerte y alto lo que quiere esta película: no está adaptando nada, no está ofreciendo nada interesante/inteligente qué decir acerca del texto que le preexiste y que le justifica. Es obvio que esto sea así, porque aun con su director multipremiado, y su actor comprometido con la lucha antirracista y el hecho de que esté adaptando una historia marcada por el dolor de estar viviendo aquí, la película Pedro Páramo es un proyecto diseñado para ganar dinero en base a una licencia creativa. Es nada más que esto, y toda la libertad que puedan disponer, de manera individual e independiente, los muchos artistas y la mucha gente talentosa y esforzada que estoy seguro ha puesto todo de sí en esta cinta, cada una de esas identidades, de esos brillos particulares, queda apagado por la sombra del dinero y la necesidad por llegar a más público, porque más público es más dinero. Román Gubern, en su Historia del Cine, habla de esto como algo que define al cine desde que nació: el dinero siempre ha estado ahí, y quien pretende analizar cualquier película sin contar con este hecho previamente, pues ofrecerá un análisis incompleto e inconsciente de cualquier película. Nosotros no ignoramos esto, y a pesar de que no lo ignoramos, no creemos, bajo ningún concepto estamos diciendo que la imposición dineraria del cine sea una excusa para no hacer buen cine. Hay superproducciones que son obras maestras, y si se sabe disponer de forma creativa del presupuesto, el dinero se convierte en alas que elevan la creatividad...no es el caso, como ya habrán advertido, de esta cinta, de esta Pedro Páramo pobre y flaca y aburrrida. No creo necesitar ahondar en esto: si has leído la novela y si miras la película vas a notar la diferencia. Vas a notar, sobre todo, las deficientes diferencias que casi hacen dudar a uno de que se trate de una película basada en aquella novela. No hablo de cambios en los diálogos, ni es las locaciones, o en el orden de los acontecimientos, hablo de una diferencia más fundamental, que no es reducible a un elemento individual de la película sino que tiene que ver con toda la película. El libro es una experiencia sublime, que exige la pasión y el interés de su lector, no para "resolver" la historia o el sentido de los símbolos, sino para entrar en el estado sensorial y emocional que pide el texto, un estado de belleza combinada con delirio, un atarantamiento. Por eso Juan Rulfo te pone al principio una escena en la que Juan Preciado desciende hacia Comala, acompañado del arriero Abundio. Para Juan Preciado se trata de un violento y necesario ajuste respecto de todo lo que está a punto de vivir, y aunque aquí se ha querido ver un trasunto del descenso de Dante acompañado de Virgilio, pienso que se trata más de una escena dirigida al lector: tú, lector, prepárate; tú, lector, acomódate el sombrero, porque el sol de Comala quema más que otros, y en el calor, quienes hayan recorrido caminos abajo del calor, saben lo que le pasa a las consciencias calientes: se te empieza a ir el sentido, los recuerdos de tu mente se agigantan y de pronto ya no caben más dentro de ti, y empiezan a salirse afuera de tus ojos, y empiezas a ver cosas y a oír cosas, en suma, la temperatura lo hace a uno delirar, alucinar, ondearse. La temperatura lo convierte a uno en una transición, como cuando hace mucho sol en Mexicali y el horizonte se mira ondulado, y no sabes si eso que ves está cerca, o lejos, o siquiera si es real...Ése es, para mí, el meollo del estilo en Pedro Páramo. El estilo se lo impone a Rulfo el sol: Rulfo compara a Comala con el infierno, con algo más caliente que el infierno, y el sol y la temperatura permanecen a lo largo en la novela, cambiando y añadiéndose matices, pero siempre sobre la base de que este elemento natural, intenso e inevitable es como el gozne sobre el cual gira la puerta que comunica el mundo vivo con el muerto. En la película no está presente nada de esto. No se siente ninguna transición, no se siente el sol, el calor, el sudor ni el atarantamiento. En pocas palabras: el cielo de la película es un cielo sin sol, un azul vacío. Y esto asesina a la película, porque la película no está atarantada y no ataranta a quien la mira, no te ondea, no te saca de tu cuerpo, como elibro sí lo hace. Ésa era la esencia que debían trasladar con cuidado, y no lo han hecho, no porque no se pudiera sino porque se ve que no les ha importado. No tengo nada más qué decir acerca de esta película Rulficida. 








>>Pequeño pedazo de texto que probablemente usaré en el futuro como base para decir una o dos cosas más sobre Rulfo y sus libros, no es necesario leerlo, no forma parte de mi análisis de la película, pero para quien guste: ¡sírvase, que a mí lo que me sobra son chingaderas para decir! ¡¡Para gritar!!

Lo que pasa es que hay una idea ahora mismo entre las personas del mundo de que si un libro existe y es bueno debe ser convertido en película. Como si no existiera en la consciencia general de la sociedad si no se le hace una película. El mundo visual del cine se come al mundo imaginario de los libros, etcétera. Y ahora le tocó el turno a Juan Rulfo. Sin embargo, es necesario preguntarnos, ¿para qué queremos adaptaciones de libros? ¿A alguien se le ocurre una buena justificación? Hay como un reconocimiento de inferioridad entre medios, como si uno fuera, por su propia naturaleza, imperfecto e incompleto, y que sólo podrá acceder a su más pura plenitud ayudado por el otro medio, obviamente, ayudado por el cine. Pero lo que le pasa a Juan Rulfo es lo mismo que le pasa a casi todas las películas que existen y que han existido. Hay muy poca películas cinematográficas, es decir, hay muy, MUY POCAS películas cuyo lenguaje sean las imágenes. Por poner un ejemplo rápido y directo les pongo El Sacrificio, de Tarkosvsky, y Las Margaritas de Vera Chytilova. Son verdaderas películas: no necesitan de un guión, de una estructura narrativa, porque las imágenes, la esencia de las imágenes, no es narrativa. Curiosamente, la naturaleza de una novela como Pedro Páramo tampoco lo es. El texto de Rulfo entra en una zona muy diferente y francamente muy poco mexicana. Frecuentemente he pensado que, aun habiendo sido puesto por la academia y la crítica como uno de los más ilustres exponentes de las letras mexicanas y del mexicanismo literario, Pedro Páramo es, en verdad, una de las cosas menos mexicanas que puedan existir. Siempre me da risa, hablando de esta no mexicanidad de Rulfo, cuando se cuenta en textos o entrevistas que innumerables fotógrafos, cineastas y críticos buscaron como poseídos los lugares de la inspiración, el habla de los pueblos que se asemejasen a la prosa de Rulfo. Jamás nadie dio con nada de esto, porque estas eran ideas creadas por un aparato político que no sabía qué hacer con la novela, que no sabía ni interpretarla ni desenredarle su misterio, así que se fue por el camino del nacionalismo, de repente se le recubre como con esta aura verde blanca y roja (nótese la existencia de unas ediciones de la obra de Rulfo, trabajadas por Editorial RM, que representan, a través de sus colores, a la bandera mexicana, siendo Pedro Páramo el color central, con su cubierta blanco-amarillosa, y que son, en términos mercadotécnicos, las más vendidas a nivel nacional) según la cual allí, atrás de esa portada, vigilado por esos dos perros, late apesumbrado el corazón mexica. Rulfo, estoy seguro, se reiría de todos estos pendejos. Y con razón se reía. Por eso siempre mentía y se contradecía, porque no les debía ningún respeto. Es una actitud grosera y vulgar, y no tiene nada que ver con Juan Rulfo. Lo que se esconde en Pedro Páramo, y que no es, de forma alguna, ningún misterio, es la tristeza pero embellecida, las más triste belleza y la belleza más triste de todas. Poco importa, para quien lea ese libro con el corazón y con los ojos, el velo de "confusión" que nos separa, supuestamente, de la verdad tras Pedro Páramo. No hay velo ni misterio y todo está allí dado en nuestras manos, si es que sabemos abrirlas. Y lo que hay es la tristeza. Variaciones, claro que sí, sobre un enorme tristeza, matices adentro de esa tristeza...

Continuará...

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