Defensa del color azul

Ultimamente he estado impresionado por la gran variedad de tristezas que existen. Hay dolor y dolor, no sé si me explico, me duele el alma de maneras diferentes, o me duele del alma en diferentes partes, como si el alma fuese también miembros, fuese en el fondo un cuerpo, otro cuerpo más. Conozco la tristeza que arde, cala y lastima notoriamente. Tristeza que quiere que la sientas. Hoy en la mañana me levanté y me di cuenta de otra. Algo como un hueco en el cerebro, un hoyo que se comunica con el pecho. 404. ¿Cómo puedes describir y definir la nada? Lo díficil de esta tristeza es la imposibilidad de definirla, de nombrarla. Este dolor no tiene nombre. A lo mejor ni siquiera es dolor. Han sido unos días de ponerle nombre a todo lo demás menos a esto que es lo que más soy. Han sido días de delirio literario, he escrito con más pasión que en meses, me he entregado a la literatura como un fanático. Y me he sentido satisfecho de mi entrega, siento que mi sacrificio, este sacrificio de tristeza tan enorme y a la vez inexistente, este agnus dei que yo degollo me ha dado de más, he recibido regalos que ahora siento exagerados. He tenido oportunidades para ser feliz, las he tomado, he sido feliz. Y eso es lo extraño: el dolor no queda al fondo de mis otros sentimientos, no proyecta su sombra sobre ellos, no los contamina. Están aparte La alegría la tengo aparte del dolor. Adentro de mí no se tocan ni se mezclan. Hay momentos de devastación absoluta, hay momentos que me parezco a Dios, quiero decir, que soy su hijo. Probablemente alguien muy ansioso por abrirme como a una rana de laboratorio (alguien que naturalmente no soy yo) lea todas estas cosas como síntomas, la etología evidente de una fuga cerebral, un desbalance neuronal, un determinismo psiquiátrico absoluto. Puedo ser interpretado como un caso de psicosis, de histeria trágica y paciente. He rechazado tajantemente el psicoanálisis, la psicoterapia, el conductismo...todos esas manos anónimas que hurgan por tu cráneo en busca de oscuridad y no la pueden encontrar. Y no la encuentran. La verdadera locura es buscarle cura. No hay fuga posible. No es posible abrir del todo la muralla de tu cráneo sin romperte. Sol a través de grietas en la muralla bastaría para ponerla a que tiemble toda. Un pedazo de sol me sería venda, y los astros jugarían a la gallina ciega en derredor. se aprietan todas las presiones, todos los nudos posibles, cada tono de la sombra, no soy suficiente, no quepo. Adentro de mí no estoy desnudo. ¡Y yo que amo y venero y busco la desnudez de todas las cosas! ¡Yo que voy tras todo lo que está desnudo, yo que lo desnudo todo! Dormir, soñar desnudo. Limpiarte la piel de barreras para que el mundo pueda entrarte por todas partes, desde todas partes, descubrirte como el pozo donde el sol entierra luz, saberte el hoyo por el cual el mundo llora. Mi tristeza no es un accidente, no me encuentro averiado. No soy un problema esperando ser resuelto. La trampa está en pensar que existe un solo punto donde el nudo se afloja y deja de amarrar mi carne para siempre. No hay una raíz, no hay origen, ESTA TRISTEZA CARECE DE CENTRO. Marinándome en mis jugos melancólicos me hincho, hay más yo adentro y afuera. La tristeza me ennoblece, me da coraje y me empuja y no me permite quedarme parado en ningún lugar. El ser humano no nace desnudo. Ir viviendo es irse desvistiendo. Mi sueño es ser un cadáver encuerado. La tristeza me ha ayudado más que ninguna otra emoción a aproximarme hacia este estado. La alegría puede hacerte creer que estás desnudo, pero sólo consigue que olvides tus ropas. Artificio. El nudista es melancólico, le duele el cuerpo y por eso lo pone, lo expone al aire como único estandarte: quiere que miren su dolor. ¡Que todos me toquen la herida con los ojos! Y es que el problema de la desnudez alberga todos los problemas. El problema de quién te mira y si se atrave a parpadear, el problema de quién te toca, el problema de quién piensa en ti. Estas entradas extrañas, estos pecados y sus confesiones, son mi manera más directa de encuerarme. No quiero tener filtros respecto a nada de lo que soy, no lo soporto, no lo entiendo y no entiendo por qué alguien lo haría. Detesto los filtros, las barreras, toda forma velada de mirar no quiero celosías. Reconozco inevitablemente una tendencia mitómana en mí, quiero habitar en la mentira lo más posible porque escribo, escribo ficción y necesito aprender cómo funciona, cómo nace y crece y muere una mentira en este mundo, necesito estudiar la mentira, clasificarla y entenderla hasta en sus más pequeños detalles. Pero también existe en mí el impulso contrario: arruinar, destruir la mentira teroristamente. Creo que lo que en realidad me fascina es inventar una mentira minuciosa para verla destruida contra su contraria: la verdad más obvia del mundo, aquello que se deja ver y que por eso no ve nadie (reminiscencia de todo lo que ya hablamos sobre el desnudo). Hacer volar la mentira que yo mismo construí, verla derrumbarse, pararme cerca del escombro, estudiar las ruinas, saberme las ruinas de memoria. Mis mejores páginas son actas de daños, recuentos de heridos y muertos, fotografías de los desastres a color. Ya estoy totalmente seguro de que mi cuerpo y mi vida son experimentos. Por eso necesito la tristeza. Viviré como animal arrinconado y herido, seré el perro de la calle. La alegría me llevaría querer cuidarme, a proteger mi mísero pedazo de alegría, a defenderme del mundo y decirle que no. La alegría me lleva a ponerme alerta como un perro que quiere comerse su filete en paz, en una esquina del patio, gruñéndole a las sombras que confunde con rivales. La tristeza, en cambio, me lleva a despreocuparme por quien soy, por lo que en teoría "valgo", por lo que tengo. No tengo nada ni soy nada. No necesito defenderme en contra de eso. No tengo nada qué defender. Al mundo no le hace falta mi "no". No le tengo miedo a las nuevas experiencias, necesito la curiosidad a flor de piel que me entrega la tristeza porque no me veo como algo aparte del mundo, no me veo como una isla imaginaria que corre el riesgo de volverse real. La alegría es el engaño más eficaz, viene del engaño y al engaño va. La alegría es el egoísmo, es la sed y el hartazgo. La trampa se llama alegría. Sólo es necesario que te asomes al pequeño mundo que vive en la palma de tu mano, toda la gente grita que es feliz, y que los veas, que veas su felicidad, que entiendas su proceso, que entran cada semana en nuevas etapas de luz, nuevas fases en sus vidas, como Monarcas cuyas crisálidas parezcan matrioshkas, una tras otra dentro de otra, y no llegarán jamás a usar la luz del sol para orientarse, no se darán cuenta que las alas pesan, no volarán,
DÉJENLO EN PAZ AL AZUL NO ES SU CULPA
ES MEA CULPA
MEA CULPA
MEA CULPA
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