Somehow I manage(d)



The Office tiene vario finales. Esto significa que es varias series a la vez. El primer final, ya sabes, es cuando Michael se muda de Scranton. Para muchos ahí se acaba The Office, y el resto de las serie les parece una gallina sin cabeza, corriendo alocada después de haber muerto asesinada por los guionistas. Pero a mí no me parece que sea así. Creo que es un programa más complejo y que no puede reducirse a uno solo de sus personajes (aunque ese personaje sea el protagonista). 

No soy de los que piensa que The Office perdió la dirección en cuanto Michael se fue. Okay, sí, es obvio que cambió la dirección, cambió el curso de sus chistes e historias, pero en ningún momento dejó de ir hacia alguna parte. Entonces, bueno, Michael encuentra el amor pero lo encuentra lejos, en la otra punta de Estados Unidos, y va tras él. Su despedida, por descontado, es uno de los mejores momentos de la serie, uno de los momentos más Michael. Emotiva sin llegar a lo cursi, inteligente sin ser pretenciosa, sincera sin resultar banal. Las palabras que dice Michael, poco antes de subirse a su avión, lo dicen todo: "Dicen que, en el lecho de muerte, nadie desea haber pasado más tiempo en la oficina; yo sí lo desearé. Una oficina debe ser mejor que un lecho de muerte. Yo, en realidad, no entiendo los lechos de muerte". Una frase icónica que encapsula todo lo que es este personaje: ganas de vivir. 

La gente me hablaba de este momento como si de repente, en la serie, alguien cerrara el grifo de las risas. Para mí fue al contratrio; muchos de mis capítulos favoritos ocurren después de esa larga despedida. La despedida de Michael es perfecta, y podría ser, si ahí acabara la serie, un cierre magnífico. A Michael Scott le creemos su papel de vendedor de papel. Es un actor cuyo personaje parece haberle absorbido hasta las entrañas y uno llega a tener la sensación de conocerle íntimamente, de sentirlo amigo y cercano. Pocas series pueden hacer eso , y aunque en la propia The Office hay varios personajes muy carismáticos. ninguno, aparte del Gerente Regional que te haga sentir que es real, por más ridículo que pueda ser. Entonces me imagino yo que de ahí vendrá como esta creencia popular de que, sin Michael al frente, la serie pierde de golpe el alma. Sin embargo, no estoy de acuerdo. 

La serie, más que de alma, parece que debiera enfrentarse a problemas de estructura una vez Michael se va. Quizá no nos diéramos cuenta, pero en las previas temporadas era Michael, su historia dentro del capítulo, la que marcaba el ritmo y tempo de las demás. ¿Cuántas subtramas de Jim, Dwight o Andy no acaban en la oficina de Michael, en una conversación con Michael, en las que todo se enlazaba inesperada pero lógicamente? Pues casi todas. Y eso es porque Michael era el centro de la espiral narrativa autosustentable en que se basaba The Office para funcionar como serie de comedia/parodia. Michael era como el sol alrededor del cual giraba la oficina. ¿A dónde navega un barco sin estrella que seguir?

Ahora en la silla grande se sienta DeAngelo, un ex obeso incapaz de administrar su energía con un mínimo de sentido común. Michael cometía estupideces y sin lugar a dudas, si existiera en la vida real, caería gordo, pero lo que lo salvaba era que tenía su redención, casi siempre al terminar los episodios el personaje salía de su capricho y agarraba la onda y entendía y a veces hasta resolvía. DeAngelo no hace eso, él permanece idiota, y en dado momento queda claro que los guionistas no quieren que empaticemos con él; saben que esperamos otro Michael (un pendejo adorable), pero ellos nos dan un pendejo a secas. Robert California es la otra jugada. Es intelectual y sofisticado, pone a sus pies a los personajes más respetados (por los guionistas), pero a Robert no le interesa. No quiere la alabanza de la oficina porque se siente por encima de ella. Siente su energía y de inmediato la desprecia. Va hasta la sede central y aplica para CEO y lo consigue. Es otra variación, como DeAngelo, del Michael original, pero ninguno se queda por mucho tiempo y sólamente brillan durante sus primeros episodios, por lo que la dinámica central, la de los empleados de la oficina trabajando en la oficina, apenas se ve intervenida por nada. 

Es un panorama post-Michael que parece hasta traidor con el espectador. Decididamente la califico como una jugada de alto riesgo. Acostumbras, durante 7 temporadas, a tu público a una fórmula muy específica y muy adictiva de comedia. Y de repente le interrumpes la dosis y le dices que hubo un cambio en la prescripción médica. Es natural que, llegados a este punto, el adicto/espectador reaccione con violencia ante la ausencia repentina de su vicio y que cualquier cambio, por más acertado que resulte, le parezca un insulto y una herejía en contra de lo que considera como "el espíritu de la serie". Esto lo digo, más que nada, porque no creo, como ya dije, que los capítulos post-Michael sean malos. De hecho, muchos de ellos, sin considerarlos objetivamente mejores, me hicieron reir más. Los prefiero. Y es porque aunque Michael también me hacía reír y me parecía intrigante como personaje, me cansé de verlo siempre a él. En la oficina hay personajes buenísimos en los que la serie, pasada la temporada 7, empieza a hacer zoom y a obtener detalles, de sus vidas, de sus pasados y sus personalidades. Me encanta el personaje de Erin. El de ella es un caso curioso porque aunque tenga transfondo de huérfana, su personaje no es triste (ese título lo tiene Toby) y su relación con Andy me parece mucho más emotiva que la de Jim y Pam, por el simple hecho de que Jim y Pam fueron escritos para enamorarse. Sus historias y personajes están diseñados en sincronía, en paquete. Llevar a uno es incluir al otro.. Pero Erin y Andy no. Ellos pasan por el largo proceso de notarse el uno al otro, de enamorarse. Llegó cada uno por su lado y la oficina los juntó. Uno ve surgir el romance entre ambos como la consecuencia lógica de dos personas así conviviendo normalmente en un lugar de trabajo, y no como un designio del Niño Ciego Amor. El personaje de Dwight también gana profundidad cuando Michael ya no está, y los capítulos en los que viaja a Florida junto a su dream team son de mis favoritos en toda la serie. Mi punto es que The Office no es que "pierda la dirección"; sencillamente, la serie amplía y detalla elementos que ya estaban ahí. Concentra el foco en otros personajes, conflicto y temas. Crea nuevas historias. Puede que la gente acostumbrada a obesionarse con productos de ficción como si fueran estos personas sintiera como un golpe bajo el enorme cambio que tuvo que operarse en la dinámica de la serie para que esta funcionara sin Michael Scott, pero yo lo agradezco como una nueva manera de disfrutar de los ingenios humorísticos que convirtieron al patético gerente de una papelera en uno de los personajes más queridos del siglo XXI. La creatividad no puede hacerse cautiva, no puede encerrarse en un círculo mágico; necesita constantemente de nuevos lugares, nuevos objetivos y fuentes de inspiración en qué posarse para poder crear. Los personajes del ´nuevo Jim´ y 'Dwight ´Jr´ también me hicieron reír muchísimo, y aunque no sean grandes personalidades profundas, no toda la gente que conocemos en la vida lo es. Hay gente que va de pasada por nuestras vidas para después irse, sin escándalo. Eso también es una forma de realismo. 

Ahora viene la cuestión, el porqué del nombre de este artículo: sí llegué a sentir esa falta de dirección, pero nomás en los últimos capítulos. No disfruté tanto los últimos capítulos. Me parecieron deprimentes. Como si los personajes estuvieran haciendo una parodia de sí mismos, como ya si no se creyeran al personaje que estaban interpretando. Antes, en la serie, cuando una escena ocurría en una parte de la oficina, tenías la sensación de que en el resto de la oficina seguían ocurriendo cosas, otras escenas y disparates al mismo tiempo que lo que veías. En los últimos capítulos tuve la sensación de que solo existía la gente que estaba en escena, y que en el resto de la oficina no había nadie. Efectivamente, fue en este punto que sí sentí que se acababa el combustible. Aunque ahora que lo estoy pensando en frío, habiendo pasado unos días desde que vi el final, me estoy dando cuenta que es más mi manía que algo propio de The Office; me pasa eso con todas las cosas que están por acabar, pero es que todas las cosas acaban, y aunque sea inevitable que eso sea triste, siempre hay más cosas después. Quizá también se deba a que he visto esta serie a lo largo de casi dos años; no me la metí toda de un sentón como muchos de sus fans. Han pasado innumerables cosas en mi vida entre que empecé a mirarla y que la terminé. Al mirar el capítulo uno todavía era yo universitario, tenía un trabajo incierto y precario con mi abuelo en herrería, mi mejor amigo, Chorizo el perro Salchicha, vivía, y Lucero y yo estábamos juntos; ahora ya no estoy en la universidad, ahora tengo un trabajo de asalariado hijo de puta con aguinaldo y vacaciones pagadas, ahora ni el Chori ni Lucero están. No lo veo a través del prisma de lo triste, sino a tavés del de lo extraño. Es un momento de mi vida que no entiendo porque jamás había vivido así. Creo que no he aterrizado del todo, que me estoy familiarizando con el piso (aunque esta vez sé que, más pronto que tarde, cambiará, y que nunca, por más firme que pueda sentirlo, nunca dejará de cambiar). No sé, ahora siento que el mito este de que las cosas se sostienen es más mito que nunca; todo cae, ¿quién lo diría? Parece una verdad sencilla de asumir. Parece. ¿Y saben por qué pienso y escribo todo esto que parece no tener nada que ver con The Office? Hay una escena de The Office que lo explica: el capítulo final-final, cuando Jim mira atrás, hacia los nueve años que han quedado a sus espaldas y y él también se queda mirando a la nada y dice: verga, no es que yo haya cambiado, es que todo lo que había cambió. Y es cierto, y cuesta darse cuenta de los cambios, y no hablemos ya de adaptarnos a ellos. Por eso mi teoría de que tras Michael muchos perdieron la fe en esta serie. Para muchos dejó de haber serie porque la serie, para ellos, era algo muy específico. Y la serie cambió. Y nuestro tiempo no soporta los cambios, odiamos los cambios, todo lo que cambia nos aterra...según. Porque este miedo al cambio tiene lo mismo de mito que el de que nada cambia. El miedo es la reacción, pero hay otras sensaciones, adentro y después del miedo, hay más cosas en el cambio de las que queremos ver. Yo me animé a seguir mirando The Office aunque no estuviera ya su personaje estrella. Quizá "animé" sea decir demasiado; quizá la miré por inercia, quizá estaba aburrido, quizá no quería sentir como que había desperdiciado el tiempo viendo tantos episodios para dejarlo todo de repente. Y la seguí mirando con miedo porque era una de esas series que ves durante los domingos de novios, como Avatar o Girls o algún reality de Vix. Era un hábito y era un recuerdo. Y sabemos que rondar los viejos hábitos de amor es remover su herida, hurgar en la costra buscando dolor. Pero no sentí ningún dolor. No tuve nostalgia de nadie ni de nada. Estaba verdaderamente entrado en las nuevas historias, riéndome como pendejo a medianoche, disfrutando de sentir en mi cara una sonrisa de a de veras. Y me puse a pensar en tantas cosas. Pensé en que el título del documental con el que sale, dentro de la serie, todo el material es The Office: An American Workplace, y pensé que eso es literalmente el espíritu de la serie, un grupo de personas compartiendo espacio de trabajo. Todo lo que surge durante nueve temporadas es porque estas personas están en el mismo lugar a la misma hora casi a diario. Y he pensado en mis lugares de trabajo, las caballerizas de los ranchos, el sol gordo y enorme haciéndome sudar, el olor a fierro viejo y fierro nuevo, el olor a lumbre, el olor de las vacas y los toros y de repente pasar de todo eso, de no saber cuánto voy a ganar en la semana o si habrá trabajo todos los días a un trabajo de oficina serio, a que me paguen una cierta cantidad cada quincena, y a tener que estar a diario trabajando porque esto es lo que va a ser la vida ahora, trabajar, estar ahí siempre siendo tú y haciendo más o menos lo mismo. Está claro que es probable que te vuelvas loco, y algo hay que hacer, y que lo mejor que puede hacerse es intentar tomárselo con aunque sea poquito humor, con un poquito de risa y a lo mejor melodrama, las lágrimas ruedan de los ojos tanto tristes como alegres. Estoy escribiendo esto desde mi trabajo porque me voy dando cuenta de que tendré que defenderme de la sensación de vacío, del vacío general que te toca porque estás vivo y algún precio la vida había de tener. Y del vacío que te deja el jale, y las relaciones interpersonales, y las drogas y el sexo y la literatura, todo tiene su poquito de vacío y pienso que ser adulto es trabajar por aceptarlo. Voy a coexistir a partir de ahora con este puñito de nada que nunca se irá. Tiene derecho a existir, la nada tiene derecho de ser igual que yo tengo derecho a ser de vez en cuando nada. Y bueno, de todo eso me di cuenta al ver el último diálogo de Jim Halpert. A su personaje se le dio la posibilidad de verse cambiar. Y aunque a mí nadie me grabó durante ocho años en mis mejores y peores instantes, está la cámara de mi memoria, y tengo acceso a ella 24/7, y les aseguro que a través de esta serie también me he visto cambiar, he visto el historial de lo que he sido. Y veo y veo y digo, ¿cómo sobreviví a tanta mamada? ¿Cómo es posible que siga siendo yo? Quizá nunca conozca la respuesta, pero no la necesito porque, traduciendo el título del Best Seller de Michael, no sé cómo pero la libré. 


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