Perderse en las palabras de Ryūnosuke Akutagawa
"En la espesura del bosque", cuento del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa, es una cuchillada silenciosa. El movimiento breve y elegante de una pluma experta que volando nos roba el aliento. Es un haikú de terror. Un asesinato, como adelanta el título, allá en lo denso del bosque; un puñado de testigos, cada uno escondido atrás de lo que vio, y un cadáver que refuta y a la vez confirma todas las teorías, todas las hipótesis, todas las probables interpretaciones que un lector común y corriente pudiese ejercer sobre este texto escalofriante. Hagamos eso: interpretemos.
Corre libre por ahí una fórmula bastante estúpida, que la gente solemos tomar como verdad e incluso utilizar dado el caso, y que dice: "muestra, no cuentes". Como uno de esos "mandamientos" de la literatura, que si se respetasen tal como están concebidos, la literatura, simplemente, dejaría de existir. Puede empezarse preguntando, ¿cuál es la diferencia entre mostrar y contar? ¿Qué significa en términos estrictamente literarios el verbo "mostrar"? Mostrar, para la gente que se para delante de esta idea, es todo lo que viene siendo describir, como si estuviéramos hablando de la diferencia entre ver un video de una pelea callejera y que alguien te cuente la pelea callejera. . Ya saben, esos parrafotes que abundan en obras como la de Vargas Llosa, o las deliciosas implosiones autoeróticas de Marguerite Duras. Ya la pura mención de estos dos autores valdría para contrarrestar el "mandamiento", como ejemplos de escritores que, en definitiva, se valen de lo "descriptivo", escritores que "cuentan". El primero describe ampliamente la dimensión espacial de sus historias, desgrana cada detalle del lugar en el que están sus personajes y lo lleva a una altura que es francamente pareja a lo "contado" (el diálogo, la acción directa, la información). Es decir, para Vargas Llosa es importante no sólo saber escribir, sino también describir. Marguerite Duras, por su lado, describe espacios interiores, los recovecos que se esconden en el cráneo. Marguerite Duras escribe, por ejemplo, el Amante, y uno siente, al ir leyendo que habrá tenido que abrirse en dos, habrá tenido que abrirse en canal para (d)escribir algo así. Mi punto es que todo en la literatura es descripción. Los diálogos, eje neurálgico de lo "contado", son una descripción del carácter de sus personajes, del lenguaje al que tienen acceso como habitantes de un mundo, del mundo en sí. Es más, los diálogos son incluso una descripción del autor, de cómo el autor concibe la conversación, las dinámicas que la gobiernan. Las acciones son descripciones de acciones. Voy a llevarlo hasta un extremo acaso censurable: la poesía es la descripción de un mundo interno. La postura "muestra, no cuentes", me parece propia de personas que piensan que, en un libro, hay partes más y menos importantes. Que hay partes que escapan al perfeccionismo de un autor entregado en cuerpo y alma a la literatura y que se sostienen en manera de palabrería. Que puede arrancársele un verso al poema y que el poema seguirá siendo lo mismo. Decir mamadas así implica decir demasiado sin darse cuenta. Es contar demasiado. En literatura, en la verdadera literatura, no hay letra que sobre. No hay palabras que quede de más. No se me ocurriría ningún mejor ejemplo que explique directamente esta idea que: "En la espesura del bosque".
Rápidamente la sinopsis: un oficial de policía interroga a gente relacionada con un asesinato; apareció el cuerpo de un Samurai, abandonado entre bambúes, con claros signos de lucha. El gendarme interroga, desde simples testigos hasta el mismísimo victimario, e inclusive, a través de una médium, a la víctima en cuestión. No se trata, entonces, de un cuento de misterio porque el propio cuento ofrece al asesino. Más bien, el asesino se ofrece a sí mismo con su confesión. De esta manera, todo el jugo queda entre el bandido, el samurai y la esposa de este, quien con él viajaba cuando el crimen ocurrió. A partir de tan poquitos elemento, Akutagawa construye una historia tensa y densa a partes iguales, en la que lo interesante no es saber cuál es la verdad, sino entender que no existe una sola, una fija, una gran verdad, sino muchas, y que todas esas muchas forman parte de lo posible. Es decir, que lo importante no es el qué ha pasado, ni el cómo, sino el por qué. A lo *largo* del cuento, se van dando versiones de lo sucedido que se contradicen y se anulan mutuamente. Por lo tanto, hay que fijarse en la historia que da cada implicado, y en los motivos que esgrimen para haber actuado como actuaron. O sea que Akutagawa jamás aborda el suceso en sí, sino lo que de él cuentan sus implicados. No tenemos acceso al suceso, solo a las palabras que lo nombran, que lo cuentan. "Muestra, no cuentes" se cae, porque mostrar ya es contar y viceversa.
Y es precisamente porque las palabras, en literatura, significan, que este cuento debe ser tan breve como es. Como si dijéramos que el cuento es el haikú de la narrativa. Brevedad, concisión y economía. En una conversación cotidiana, las palabras son herramientas, pedazos de puente para llegar hasta el otro. La naturaleza de algo dicho en la vida diaria está regida por el contexto del lugar en que se dijo, los estados de ánimo de los hablantes, verga, incluso por la temperatura. Esto produce significados fijos, ultraespecíficos y literales. El lenguaje de la vida cotidiana, parafraseando a Fernando Vallejo en su LOGOI, es un idioma diferente al del lenguaje literario. En la vida, la palabra está hecha hierro, dura e inamovible, pero en literatura la palabra está hecha luz: fluctúa, inside en su alrededor y cambia de tonalidad según el tiempo. Dibuja las cosas y se deja dibujar por ellas. Ahora importa lo que decíamos antes, que todo es describir, que describir es lo mismo que contar. El cuento sigue una estructura muy básica: cada testigo va dando cuenta de aquello que vio/vivió. No hay un solo momento de la narrativa en que pasemos a la acción directa, al momento exacto del asesinato. Todo se nos da a través de las palabras. Ryunosuke Akutagawa dibuja tan bien que es capaz de trazar el retrato de un psicópata de golpe, en unas pocas pinceladas y con casi ningún color. Veamos a qué me refiero:
Me topé con aquella pareja pasado el mediodía de ayer. Justo en ese momento sopló una ráfaga de viento que levantó el velo de seda de la mujer, así que pude verle el rostro. Fue apenas un instante, y quizás fuera precisamente por eso, pero me pareció tan hermosa como la imagen de un bodhisattva. En ese pequeño intervalo de tiempo tomé la decisión de raptar a la mujer, aunque tuviera para ello que matar al marido.
¿Qué? No, matar a un hombre no es tan difícil como se piensan ustedes. De todos modos, si quería apoderarme de la mujer, no tenía más remedio que acabar con la vida del marido. Eso sí, cuando yo tengo que matar a alguien, lo hago con la katana que llevo siempre conmigo ceñida al obi, no como vosotros, que en vez de usar la katana, asesináis con el poder, con el dinero o incluso con palabras zalameras que esconden veneno. Sí, claro… De ese modo no se vierte sangre y la víctima permanece con vida, vivita y coleando… ¡Pero la habéis matado igual! ¿Quién es, entonces, el que comete los crímenes más graves? ¿Vosotros o yo? [Sonríe con sorna].
Son dos párrafos y todo el hombre que los dice ya está en ellos. Como vemos, no estamos ante uno de nuestros psicópatas, no es Patrick Bateman, perdido en mentiras y trajes costosos, nada de eso. Estamos hablando del japón feudal, era otro mundo. ¿Cómo sería un psicópata en aquellos tiempos, en aquellas tierras? Lo primero que se suele señalar, en nuestro tiempo, como rasgo de psicopatía, es la manipulación mediante la mentira, el fingimiento y el disfraz. El psicópata contemporáneo parece difícil de detectar porque todo él es mentira. Tajomaru no miente. De hecho, lo primero que llama la atención de su discurso es la transparencia tan total con que se expresa. Dicho popular es el que dice "la sinceridad sin empatía es crueldad". Difícilmente podría pensar en personaje más cruel que Tajomaru, quien comienza su aparición en el cuento confesando así como así: Sí, yo maté a ese hombre. Aun más, todo en su discurso parece apelar al instinto. Se obedece a sí mismo y nada más. La manera en que sólo necesita ver la cara de la dama para decidir violarla y asesinar a su marido, el cinismo sincero que lo lleva a despreciar a la justicia japonesa, cómo se burla de la ley y aun del castigo que le espera. Más adelante en su declaración, revela su absoluta falta de cuidado por su vida: Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme a morir. (Gesto de arrogancia.).
Por no hacer spoilers, sólo diré que el caso de cada personaje es similar al del bandido; en todos ellos sus palabras revelan su carácter (o falta de él), los dibujan y colorean, los hacen existir. Conozco pocas piezas literarias que consigan tan buen resultado jugando así de bien con tan escasos elementos. Es una clase magistral de literatura. Aquí tienes el link para leerlo en línea: https://ciudadseva.com/texto/en-el-bosque-akutagawa/
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