Perro, anda...luz




Hemos escuchado que de allí algo sale. Creo que hemos oído que allá adentro ladran. Algo del adentro de esa casa. Este ruido, asomado muy apenas, se sienta en esos marcos sin cristal encima de los dientes rotos de vidrio, marcos de ventana sin cristal y la caída hacia nosotros va volviéndolo liviano. Cae ese sonido a nuestros pies y nos decimos que no es nada. Casi no se oye cuando cae. Entre nosotros y el ruido hay de todo y todo lo que toca amenaza con llevárselo; el aire no lo deja bajar, los pájaros lo juegan y lo avientan aburridos, y al cruzar la copa de este árbol levantado en nuestro enfrente le arrancó unas hojas, le derramó unas ramas que cayeron junto a él. Y los pies de tú y yo no se tocan, no se animan a arrimarse bajo el charco lleno del ruido y de las plumas que tiene el ruido alrededor y el agosto deshojado y hasta rastros de ese aire que por poco se lo lleva. Y le das tus ojos un instante, y le doy los ojos a la casa. La casa a su vez dándose al cielo, subido su balcón hasta lo bajo de esas nubes. Están tan cerca que puedo decir “esas nubes”, pero es extraño porque el ruido, lo que hace rato ladró, eso se oyó venido de más lejos.   

—Suena chiquitito…creo que lo que ladra está cachorro. 

—Pobrecito, solito adentro de esa casa sola. 

—¿Querrá que alguien vaya a rescatarlo? 

—A lo mejor está haciéndose plática, ¿y si está cotorreando con su eco? 

—Cómo eres pendejo.  

Y tu voz avanza hacia la mía y se juntan, y aunque ninguna dice nada, calladas no están. Caminas chueco, lo veo en tus pasos. Un pie parece irse a la derecha y el otro pa la izquierda. Será que tu cuerpo quiera separarse en dos. Volteas los ojos y me apuras con la mano, la mano cerca de la cintura, con tu mano me pides estar más cerca, o alejarme igual de rápido que tú. Las matas que rodean la casa sola te llegan a los labios y si oigo que me hablas yo no puedo verte hablarme. Las matas me llegan a los ojos y voy por tu voz. Las matas nos dejan atrás y vuelvo a verte y tú parada abajo del umbral, antes de entrar tu cuerpo en el umbral tu mano, los dedos de tu mano asomándose a la casa, atrás del umbral. Me veías y luego a la casa y después otra vez. 

—¿Oíste? Pon aquí tu oído y oye.  

Y tú con tu oreja acariciabas la pared, y mi oreja no acarició la tuya cuando sí acarició la pared, y dejé que la casa me entrara por la oreja y sentí en mi adentro el adentro de la casa. Y debajo de los ojos me tocó el ladrido, estaba ahí, seguía estando ahí, había un ladrido adentro que le hacía cosquillas a la casa, pero ya no era el de antes, o puede que jamás hubiese sido “el de antes” porque la distancia la distancia trastornaba lo que nos llegaba a los oídos; quizá este fuera el ladrido original, y este era más maduro, un ladrido mucho menos flaco, ya no había salido de una voz cachorra. 

—Este tiene el eco más largo…es como el primero pero muy después. ¿Por qué no entras? Si es obvio que quieres entrar. 

—Ya estoy adentro, oírlo es lo mismo que entrar.  

—Amor, no digas tus mamadas de poesía. Ve para que me digas qué es.  

—Amor sí. 

Y va para verlo y que me diga lo que ve. Su amor lo lleva a que me busque un ruido adentro de una casa abandonada. Las casas vacías son peores que las casas ajenas. En las casas ajenas hay alguien, eso es lo que las hace ajenas. Pero en las vacías no hay, no puede haber. Por eso da miedo que oyéramos eso, y además desde allá, desde antes de las matas. Si hoy no fuera domingo sentiría ese miedo. Pero el domingo es la casa ajena de los días. Y los otros días son las casas vacías. El Domingo es cuando sientes las horas pasando. Solamente se habita en Domingo, aunque lo que habitemos no sea nuestro, vale la pena por el puro estar ahí. Tantos se asquean del domingo y es por eso. Los domingos somos reales, por eso nadie quiere que el día se llame Domingo. Adentro de esta casa jamás ha sido Domingo. Las horas ni siquiera han manoseado las esquinas: no hay telarañas, no hay polvo acumulado ni piel muerta brillando en donde da la luz, y luego estaba extraña la luz…ni pálida ni áurea, una luz que encandilaba sin arder ni dar calor, y que traspasaba las paredes sin quedarse atrás su claridad. Es la luz de cuando no sabes qué hora es. No le preocupa decirnos dónde estamos, ni si amanece o se va el sol…Y busco tus ojos con mis manos y los hallo y digo cerca de tu oído: dime de dónde oyes que viene el ladrido, y la dirección que tú me digas, ahí nos llevaré a los dos. Te tiembla la boca al decir sí y a veces abro poquito los dedos pa que te entre luz. Y para que entre el ladrido que rebota persiguiéndose su eco, queriéndose morder su eco, un ladrido que suena a madera muy dura, muy difícil de quebrar y yo te doy permiso de que toques a tus lados las paredes, estas paredes que han durado mucho olvido, las paredes que brillan despacito. No hay casas totalmente vacías. Las hay sin muebles pero llenas de luz, tanta luz que apenas se camina, como aquí , y las hay sin gente pero habitadas por ladridos que rebotan y nos guían. Yo te guío a ti porque veo, tú me guías a mí porque oyes. La casa es alta como torre y lo de hasta arriba no se ve. Ver arriba. Sentir vértigo de ver arriba. Sentir vértigo de que me estás llevando allá. La madera de las escaleras cruje bajo nuestros pies y allá abajo charcos de madera, de ecos goteados de madera. Los charcos de madera también crujen al unísono con el ladrido. Suena más triste ahora, suena más hondo el sonido, suena más cerca. Quién sabe cuántos pisos soporta esta casa, cuántas vértebras habrá a lo largo de toda su columna. Se estira muy larga para arriba y sé que por más ganas que haya en mí no he, no he, no he de poner los ojos en el piso, cerca del piso, ver a nuestros pies porque veré dónde caminan, veré los pisos que van quedando sepultados hasta abajo de mis ojos, lo hondo que nuestros pasos entierran el piso, lo lejos. Y lo seguro de tu voz persiguiendo la otra voz, lo recio que jalabas de mi brazo, tu mano que me aprieta, haciéndome la sangre suave. Tú no sabes que la casa está vacía porque no ves. Y mientras me caminas para un lado y para el otro yo te invento historias, historias de que hay cosas en la casa. Historias de que vive gente, y otras vidas viéndonos pasar. Y aunque no pueda verte la sonrisa porque voy atrás de ti, yo sé que estás sonriendo. Invento a la gente que nos ve pasar y eso te hace sonreír. Ojalá pudieras ver cómo nos miran y tú dices dime, dime cómo nos están mirando, y yo volteo a ver el espejo, la muela de vidrio molido…nos miro mirarnos. El ladrido nos rodea, viene de todas partes a la vez pero tú sabes dónde está porque caminas. Y ya no sé yo si serán varios ladridos o el mismo, el primero que escuchamos hace tanto, ha pasado tanto tiempo desde que estábamos afuera, desde que no habíamos entrado ni subido ni mirado para abajo en esta casa, se siente como ayer, quizá haya sido ayer, a lo mejor todavía es ayer y hay tiempo de pensar que no hay ayer. El ladrido se oye casi aquí. El ladrido se oye azul. Y yo te digo que de qué color lo oyes, de qué color será el ladrido y tú me dices que no tiene nombre porque es color luz, y me preguntas, ¿de qué color está la luz? Y yo vuelvo a abrir los dedos para responderte. Nos dejaron en paz las escaleras, ya no hay paredes en tus manos. Aquí nos he traído. Un cuarto grande muy abierto hacia los cielos, porque había ventanas diferentes dando a cielos diferentes, un azul distinto encerrado en cada cuadro sin cristal tras los inútiles dientes de vidrio. Inútiles por transparentes. Y aquí el ladrido tenía espacio, el eco se cansaba en su carrera persiguiendo las esquinas y mejor se regresaba, daba la vuelta, nos pasaba de lado y ahora era, y eso lo supimos al instante, ahora era un ladrido viejo, un ladrido anciano de una voz que ya se va o que quiere irse, que no la dejan irse. Y la puerta, la pared con un ojo de oro, un ojo que daba la vuelta, un iris que giraba para dejarnos ver…tu mano se detuvo a medio giro, porque yo detuve el giro de tu mano.  

—¿Ahí atrás está el ladrido? 

—De allí suena, allí debe de estar.  

—¿Y qué haremos cuando lo veamos? 

¿Verlo? Él nos verá. 

—Prométeme algo… 

—Lo que sea. 

—Eso, prométeme lo que sea 

—Te prometo…te prometo que esta casa no estará vacía. Siempre va a haber alguien, jamás habrá nadie aquí. Siempre habrá quién escuche el ladrido. Siempre quién lo siga. Siempre habrá quién te cuide tu sombra.  ¿Tú qué vas a prometerme? 

Yo te prometo…que atrás de esta puerta no hay ladrido. Te prometo que no hay sombra de tú y yo, pero nosotros sí tenemos sombra, tenemos la misma, la compartimos, va colgando a nuestros pies, nos sigue… 

Y yo ya no detengo el giro de tu mano, ya no agarro tus ojos con mis manos. Ahora dejé libres tus ojos. Y los pusiste encima de los míos, y volvimos a juntar las voces, y volvieron a no decirse nada. Y el ojo de oro acaba de girar y entra luz lenta, la luz más grande... Todo es luz. Esta luz acaba con los límites, el lugar en el que estamos, el lugar al que recién entramos no tienen ningún fin, estamos en todas partes, arriba de todos los pisos, mirando todos los cielos a los ojos. Y no hay ladrido. Por primer vez desde que entramos a la casa, hay silencio. La casa en realidad está vacía. No venía de ningún lado este ladrido y nos miramos y reímos y no decimos nada. Y ya no hay nada qué decir. Y empiezas a hablar, tus labios hacen gestos de querer hablar, y te queda mi nombre colgándote en la boca. Pero yo no te puedo escuchar, porque ahora se escucha otra cosa otra vez. No dices nada. Todo lo dicen los ladridos. Muchos ladridos que vienen de muchas partes, y nosotros no estamos pero oímos, oímos cuando vienen y se van, todo alrededor, parados en medio los dos de una sala vacía, un gran salón en sombras sin nada, ¿qué está aquí? ¿qué podría estar aquí? Está vacío, aunque estemos tú yo, aunque hayamos tú y yo. Y los ladridos rodeándonos, a todo alrededor, alrededor, alrededor alrededor 

—Adentro de tus ojos ya no es mediodía.


p.d: le dedico esta entrada al camarada Sergio, del Perú...perdí mi cuenta de Instagram y no recuerdo tu nombre de usuario, pero te recuerdo a diario y lamento no haber respondido tus últimos mensajes...si llegases a leer esta postdata, estoy igual que como estaba, recuerdo_guerrero, nomás que sin el "666". Eres responsable de que haya retomado el escribir sobre juegos y películas (ya vienen varios textos en camino); ojalá el grande algortimo haga su magia y nos reúna.

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