Cinéreo del ensueño
El Nevado se dormía, desvelado de inventariar sus nubes y de inventarles
nombres. Nadie en Tepelmeme se acordaba cuando se soñó. Lo supieron porque las
flores crecían hacia abajo, y la lluvia se caía en hilos de agua, aunque el
cielo ya no se algodonó. A veces, de sus pesadillas, exhalaba fumarolas,
sepultaba gruñidos. Se olvidaba de la geología, y acomodándose para dormir
golpeaba huesos ajenos. La gente dejó de hablar para no despertarlo. Por eso se
dice: allá no vive nadie. Casas quietas amuebladas con silencio. Todos que
movieron sus vidas a la noche, y de recuerdo nomás un puño de ceniza .
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