Yacía de llama

 


Un viento ferruginoso quiere entrar a mis labios. Dos litros de esa mezcla de Diesel y perros muertos, concentrados en algún punto de mi boca, me atragantan. Este aire oscuro y sospechoso es mi único desayuno. Luego un trayecto, luego la salida de emergencia entreabierta, una salida en la que no entrará nadie nunca, porque cuando la emergencia dura tanto, su sirena enmudece. En estos pasillos portátiles, congestionados de cuerpos, mirando disociados a ninguna parte, se están incubando, según el cine estadounidense, los terroristas, los hipotéticos psicópatas de máscaras raras e ideas suicidas. Aquí madura el germen de un motín nacional. Qué mal que nadie recuerde, que nunca nació nuestra nación. Las olas se agigantan, el barco empieza a quedarse dormido, y el capitán no responde.

Una ballena roja de luces vibrantes aletea impotente, y un montón de hombres en chaleco y saco amarillo colgados de las estrías, de las aletas, mirando el fuego desde el espiráculo. La ballena erectaba la trayectoria de su lluvia sintética, pero este apenas mojaba a un montón de taqueros, a los que de por sí ya les estaba yendo de la verga en el día. La ballena parece encallada en el cuello del embotellamiento. Llora y no puede moverse. Las sirenas aúllan más alto, pero la densa sopa de Hummers y Civics y Corolas no sólo no se disipa, sino que se espesa todavía más, se solidifica, y empieza a parecerse a una pared. Un hombre fornido, más joven que el resto, corre desesperado hasta una toma de agua en la banqueta y empieza a enroscar la boquilla de una manguera portátil. Los compañeros lo miran, sintiéndose completamente inútiles, pero incapaces de hacer nada para dejar de sentirse así. Un grupo de vendedores ambulantes se acerca hacia el bombero, negándole algo con las manos. Le están diciendo que, en esta colonia, no hay agua desde hace tres semanas. En el camión, los hombres de amarillo empiezan a quedarse dormidos, y el capitán no responde a las personas que le gritan desde la calle. Y el fuego, ignorado hasta por aquellos que se queman, ni siquiera se molesta en crecer. No deja de mover sus lumbres, pero ha encontrado una forma de hacer todos los movimientos, retorcer sus curvaturas y autoinfligirse espirales, sin cambiar. Y así era todo, en el mundo, y en mi mundo. Las cosas no paraban de moverse, no aprendieron a quedarse quietas, pero no avanzaban. Era horroroso. Olí la axila rancia de un albañil, y el perfume penetrante de una operadora de servicio al cliente, y no sentí asco por ninguna de esas dos cosas, sino por mí mismo, porque existía y estaba en el punto en que estaba, y era yo la misma persona ocupando el mismo espacio. Del vómito introspectivo pasé a las lágrimas extrovertidas. Si te quedas quieto y escuchas, te das cuenta de que el aire está suspendido. El aliento que exhalo lo está respirando alguien más, y yo respiro el aire expulsado por otros, lo cual indica que hay una red, una red de túneles de partículas en el aire que desembocan en los pulmones, los pulmones de todos nosotros, los que estamos subidos aquí jaloneando corrientes de oxígeno ajeno, distante y translúcido.

Mientras tanto entrevisto a mi horizonte, y este me devuelve las siguientes frases, entrecortadas por gorras, sombreros y cabelleras:

PAGUE CON CAMBIO

PIDA CON 

LA VOZ. 

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