Better Call James McGill.



Breaking Bad fue una serie acerca del cambio. Better Call Saul es una serie sobre el fingimiento. James McGill es un impostor y por eso sufre y hace sufrir a los otros. No congenia con la realidad y pretende manipularla, y cuando la realidad le responde, eso es lo que empezamos a llamar efectos colaterales, juegos que se salen de control, bromas que asesinan. Ahí están esos poster promocionales, en los que Jimmy/Saul intenta caminar contra una calle inclinada, o ese en el que se sienta en un banco adentro del juzgado, y el mundo alrededor está orientado al revés. 



El hecho de que pretenda ser otra cosa, otro él, implica que su mundo, el de los abogados y las leyes y la jurisprudencia, también es una mentira, solo que otra clase de mentira más cara. Jimmy McGill parece ser el único abogado de la historia que ha entendido que su trabajo consiste en mentir, manipular, encontrarle orificios a las leyes constitucionales, y a las instituciones en sí. No es gratuito que sobre su despacho se retuerza la sátira de un símbolo norteamericano: la estatua de la libertad como publicidad, como chantaje publicitario, que apela a un incipiente y descafeinado patriotismo. No es por nomás que tras su escritorio esté escrita la primera página de la constitución estadounidense, y no es gratuito que en ella Saul arroje su pelotita mientras pierde el tiempo. Jimmy McGill es algo así como un Don Quijote contemporáneo, un hombre que un buen día decide adoptar otro nombre, arrastrar a un prójimo a su odisea, y fingir que está loco para que el mundo le de mayor libertad. Es el Termidor del nacionalismo estadounidense, como Cervantes lo fue de la España imperial. Su existencia nos obliga a mirar a la mentira de frente, y nos incita a refutarla. 

Y así como Don Quijote acaba su aventura postrado en su cama, rodeado de sus allegados, y reconciliándose con su consciencia, Saul Goodman se autodestruye frente al juzgado en que tantas veces destruyó a tantos otros, confiesa su historial criminal, y lo que es más importante, admite su culpa. ¿Por qué? Porque la libertad carece de sentido, y el dinero carece de valor, cuando se carece de cariño, o de corazón. Más que para la jueza, más que para los abogados, más que para el espectador, Jimmy McGill confesó para Kim Wexler. Y más que por culpa, más que por miedo, más que por el show, lo hizo por amor. 

¿Y qué hay que decir de la escena del juicio? Que es perfecta desde todos los ángulos, pero el que quisiera destacar, es cómo muestra, al mismo tiempo, el funcionamiento psicológico de James McGill, y el funcionamiento del sistema penal Estadounidense. Mientras su cliente confiesa, Bill Oakley intenta silenciarlo, porque él también entiende que no está ahí por la verdad, mucho menos por la justicia. Están ahí por el dinero. Y en un ritual tan sagrado para Norteamérica, como los juicios injustos en los que se condena al inocente y se condona al culpable, decir la verdad, asumir moralmente el peso de nuestras acciones en el pasado y en el presente, es un acto de rebeldía. Tal como le dice Walter White, en su última escena para este universo televisivo,  el viaje en el tiempo es imposible, y los arrepentimientos son inútiles. Hay que actuar, hay que organizar un hecho, porque a lo mejor no podemos caminar hacia atrás, ni congelar el ahora, pero sí podemos moldear el después, darle una dirección humana, llevarlo hacia lugares mejores. 

Esa dirección, para James McGill, lo llevó hasta ese último cigarro, el último fuego que ardió a colores, cuando todo alrededor era blanco y negro. Esa escena bella y silenciosa, que cierra la puerta en un silencioso adiós.

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