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Everything everywhere All at Once es una denuncia del existencialismo como la más pendeja de todas las filosofías posibles. Se sienten rebeldes siendo rebaño; no hay nada más fácil que ser existencialista, acostarte, fumar mota todo el día, masturbarte y mirar en  BUCLE las temporadas de Bojack Horseman, para luego decir que nada importa, que nada tiene sentido, ¿existe algo más pendejo que un individuo así? No es sorpresa que una barbárica cantidad de seguidores de Niche acaben engrosando las filas del incelismo nacional.  La propuesta ontológica del existencialismo es tan clara que es transparente: escoger ¿entre el ser o la nada? ¿Por qué elegiría nadie la nada? Así lo proponía Andrzej Sapkowski, cuando apelaba en sus novelas a un contraargumento para la popular falacia nitchiana: ¿mirar el abismo o ser mirado por él? Hay un millón de cosas en este mundo que son más dignas de ver que un pinche abismo. ¿A quién le importa que nada importe? Sadboys prefabricados y marihuanos fósiles, a eso se reduce la raigambre del segundo alemán más célebre de la historia, incubador teórico del nazismo. Y esto último nos lleva a la otra cara del nihilismo: el nihilismo no es más que egoísmo intelectualizado. Solo un auténtico misántropo y un sociópata en ciernes podría agarrarse los huevos mientras pregona a los cuatro vientos que la vida no tiene sentido, nada más que frases para decorarle la biografía a los niños privilegiados, a los espiritistas tardíos. La protagonista de EEAAO al anteponer su pulso existencialista sobre la evidente felicidad del contacto y el cariño entre seres humanos, niega toda posibilidad de ser cualquier cosa, de enarbolar cualquiera de sus yoes posibles. Es significativo que el nihilismo lo encarne, en esta cinta, una dona, o un bagel. Incluso la nada que esta simboliza está hecha de todo lo que existe. Incluso la nada necesita de un cuerpo para poder existir, de un lenguaje que la nombre, de una imagen precisa y compartida en el bagaje cultural de un cúmulo de sociedades. La nada no es sino un espejismo del TODO que es puramente real. Sólo un ser privilegiado y tremendamente parásito puede concebir y desear la nada, un burgués o un liberal. La mayor prueba de esto es la escena de los subtítulos y las piedritas. No diálogo, no movimiento, no acción diegética. Un par de piedras de ojitos sintéticos, hablándose sobre cómo a donde vayamos, lo que seamos, con quien estemos, habrá algo, o alguien, quien sea y lo que sea. Y todos los ojos en la sala empiezan a crisparse de lágrimas, y todos intentan ocultarlo, pero se miran de reojo, y entienden que no están solos, y el llanto se desencadena del lacrimal. Una película así, armada además como un pastiche autosuficiente de estilos y tendencias, de íconos y clichés, como un carrusel ultrasónico de realidades que se topan en el centro del cosmos, en el centro del ojo que concentra ese cosmos, una película así solo puede ser una exquisitez para la mirada y para el corazón. Ojalá todos presenciasen este imaginativo canto a la vida y el significado, para poder creer de verdad que basta con sernos amables para empezar a rearmar lo que existe, para hacer un mundo heterotópico y coexistente, en una red irrompible de cuidado y racionalidad emocional. Los nihilistas son gente que se amuralla los ojos con las manos y juegan a que el mundo no está tras ellas; Everything Everywhere All at Once propone, por el contrario, abrir el tercer ojo, para mirar a las terceras personas, para aprenderlas a amar. 

Post-scriptum: Hasta ahora, habíamos tenido cine sobre multiversos. Everything Everywhere All at Once hace multiversos con el cine. 

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