Better Call Saul: La sutileza que explota



Es  a l g o  que Better Call Saul dedique dos capítulos completos para preparar la muerte de un solo personaje. En el disparo de Lalo Salamanca y el cuerpo tirado de Howard Hamlin hay más que un shock fugaz y un cliff hanger que debería ser el modelo de todos los cliff-hangers; en ese acto de medio segundo descansa todo el peso narrativo que la serie lleva labrando desde su primera temporada. No hay más que ver la reacción de Kim y Jimmy, la manera en que no pueden creer lo lejos que ha llegado su broma, para entender que la serie acaba de activar su momento Ozymandias. El punto de no retorno, podríamos llamarlo, el pistoletazo de salida para que todo empiece su carrera hacia el precipicio. Los personajes ya no pueden mentirse, ya no hay espacio para retardar consecuencias, sólo para enfrentarlas, para esperar que dejen algo de nosotros después de ocurrirnos. 

El punto del giro de guión es simple: resignificar no solo los acontecimientos futuros, sino también los pasados. Cuando uno experimenta, por ejemplo, la Boda Roja en Juego de Tronos, no puede uno evitar sentir la tragedia de los Stark como si le hubiese ocurrido a nuestra propia familia, pero es solo al repasar la serie (esquivando, cómo no, la última y roñosa de sus temporadas) que uno entiende lo que implicó esa traición para la historia de Poniente y Essos, los lazos que incendió con crueldad, y aquellos a los que hizo crecer para enredar todavía más en su espiral de guerra, espionaje y nacionalismos primitivos. Lo de Plan and execution (curioso manera de spoilearnos la conclusión del capítulo), es algo parecido. No en balde es un episodio que está todo el tiempo mirando hacia el pasado, hacia todos los otros capítulos que nos han traído a este punto. Desde Howard mirando el retrato de Chuck hasta el mamador insufrible que le dirige las artimañas cinematográficas a Jimmy; desde los letreros de EXIT que los personajes ignoran hasta los elaborados planes de Saul que terminan, inevitablemente, en asesinatos. 

Y cuando acaba el capítulo, no dejo de pensar en ese poster promocional en el que aparece Saul esperando a que suene un teléfono desconectado. En Better Call Saul, no hay nadie a quien llamar, nadie al otro lado de la línea, porque su broma fue tan perfecta que se convirtió en realidad. Porque ya no es un juego, y porque la justicia no es solo ciega, sino también sorda, e incluso si pudiéramos llamarla, si alcanzásemos el otro lado de la línea, ella no podría escucharnos. 

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