Spiderman: Homemade


Hay un momento (el último momento) de Spiderman: No Way Home, en el que todo se siente real. Tom Holland huérfano, olvidado por aquellos a quienes ha salvado, a punto de enfrentarse a una vida de alquileres, calificaciones y cafés enfriados junto a la ventana. Cuando se le ve cosiendo su propio traje, y saliendo a volar en el frío navideño de Nueva York, es cuando la trama, el personaje y el universo Marvel vuelan más alto que nunca, y alcanzan durante un segundo la esencia de un personaje. Spiderman, antes que la máscara, las telarañas, y las Mary Janes/Gwen Stacys/Michelle Jones, es el dolor y la miseria convertidas en un ser humano. Mejor, en un ser humano adolescente. El verdadero equilibrio de cualquier Spiderman no es el de su trayectoria mientras se columpia entre rascacielos, sino la manera en que hace malabares para que su vida no se desmorone. Escuela, trabajo, pareja, amigos y villanos parecen pelearse por los restos de Peter Parker, mientras este acepta que eso será su vida, una tragedia larga, a veces interrumpida por instantes de brillo. Ese brillo y esa tragedia están presentes en No Way Home, pero, una vez más, sólo en el fragmento final, cuando vemos a Peter Parker interpretando a Peter Parker, comprando un café, esperando una sonrisa, tejiendo unas telas rojizas en una habitación solitaria. Sólo entonces, en todo el tiempo de Holland como actor, puede verse su transformación, el cómo un estudiante vestido de rojo se convierte en el Hombre Araña. 

Afuera de ese tramo final valiosísimo, todo es un desastre. Peor, todo es un chiste. Es el chiste, quizá, más caro en la historia del cine. Ves volver de la tumba los cadáveres computarizados de Otto Octavius, Norman Osborn, Curtis Connors, y lloras cuando lo primero que se le ocurre a los guionistas, su primer y más verdadero impulso, es ponerlo a decir chistes pendejos sobre pulpos, a bromear con la senilidad del duende verde o a escribir un diálogo baboso, sacado de sitcom, entre el lagarto, electro y los demás supervillanos. Es triste ver a personajes convertidos en caricaturas, y a una auténtica pesadilla como el Duende Verde de Willem Dafoe obligado a representar un arco forzado de villanía diabolus ex-machina. Y se supone que es divertido, ¿no? Porque, !ey! Son los personajes emblemáticos que conoces, pero metidos todos en un apartamento de Nueva York, forzando la química entre ellos que el guión les exige, burlándose, siendo cool, perdiendo poco a poco su significado, y adquiriendo otro que es espantoso y al que no puedo tenerle ningún respeto. 

Luego...está la razón por la que había cabrones de 40-30 años con máscaras de Spiderman haciendo fila afuera de los cines; el regreso de los verdaderos trepamuros. Sólo que, cuando Tobey Maguire entra en escena, como habiéndose confundido de película, y mira extrañado a su alrededor, algo no termina de cuadrar, algo no encaja con lo que él representa ni con lo que Spiderman representa. Una vez más, la magia de Marvel (ejem, Disney), convirtiendo a un personaje en un juguete, en una figura de acción tamaño humano. Y no me malinterpreten, Tobey es fantástico, él no puede perder el carisma ni detener la esencia que lo confirma como el verdadero Hombre Araña...es más bien como si el juguete fuera el mismo, pero la habitación en la que solías jugar, la luz, las cortinas, los aromas, las personas, todo se hubiera ido, y ahora el juguete es una reliquia solitaria en una habitación vacía, consumida por el frío y el silencio. Qué decir de esas conversaciones imbéciles entre Andrew Garfield, Tobey y Tom Holland, en que esos post de Facebook tan rebosantes de cringe se convertían en una espantosa realidad. No sé quién haya escrito esa película, pero debe ser deprimente que su creatividad y su talento estén a la par de la de un fanboy pendejo de Facebook. 

Al salir de la sala, estaba deprimido, no vacío, sino vaciado, porque la película me había consumido los ojos, y el alma, y un cachito de corazón. Dejé algo frente a esa pantalla. Como si mi infancia, mi juventud, hubiesen sido conquistadas por el dinero de Marvel (DISNEY). Y todo lo que pensaba es que este es el futuro de la industria de los superhéroes: tramas construidas en base a estudios de mercado, guiones escritos como si fueran fanfics, y actores cuyo 90% del cuerpo está renderizado en una computadora. 

Spiderman es el espíritu del homemade, un héroe hecho a sí mismo, por sí mismo, a pesar de sí mismo; un adolescente confundido y derrotado por las circunstancias, torturado por sus adversarios. Y no Way Home se salva en su última escena, pero me temo que no es suficiente, por más que quiera lo contrario, por más que esfuerce por hallarle algo bueno y quererla como este tributo al personaje que se supone es. Pero no puedo hacerlo, y en parte por eso escribo esto. Se agotaron mis ilusiones, el mundo está vacío desde el cielo y hasta el núcleo. Voy a llorar un rato. 

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