Hay otra Tijuana bajo la nuestra.
Carmela dejó que el ácido la convirtiese en la protagonista de la película; se reía al verse sobre la pantalla del cine:
Hay otra Tijuana debajo de Tijuana. Hasta donde sabían, podían haber entrado en el infinito. Bajo Tijuana, pasando por el pasaje rodríguez, una telaraña de túneles y canales subacuáticos era tejida a diario. La gente del centro que era gentrificada se iba hacia allí, por lo que los canales crecían a diario. Recuerdan haber estado en el pasaje rodríguez, buscando un local de artículos esotéricos. Habían entrando a un comercio vacío, con una gran hoguera en el centro. Excavaron en la ceniza de la hoguera, y debajo, un vacío se abría entre las losetas. Escaleras, espirales muchos metros hacia abajo, hacia un fondo que iba atravesando cadáveres enterrados bajo la calle. Al llegar, una oscurecida humedad, túneles claustrofóbicos de piel verdosa que emitían vapores de ansiedad y depresión. Un mimo les ofreció un pase a bordo de una chalupa que bajaría por el río de aceite de motor, grasa y meados. Franqueándoles la derecha y la izquierda, se empezaban a desplegar unos muelles repletos de tienditas, bazares y sobreruedas de toda clase, de toda forma geográfica y etnográfica. Era una especie de infinito empañado por vapor, un paraíso invisible. Hasta el tiempo se sentía más calmado, más envejecido, más lento a la hora de matarnos. Un segundo alcanzaba para abrazar a tu amada, decirle que la amas, que darías la vida por una sola de sus risas, que matarías por no verla muerta, para besarla y para volverla parte de ti. Para eso alcanzaba un segundo allí abajo. El agua parecía derretirse por fluir tan lento. Cocodrilos emplumados nadaban junto a la chalupa, cromáticos xoloitzcuintle resguardaban los muelles. Cada persona presente hablaba un idioma distinto. Nadie se entendía. Y a nadie le molestaba. Las cosas sencillamente ocurrían y dejaban de ocurrir, las sílabas se astillaban en las gargantas de los otros, pero a los otros les daba igual. A Carmela le dio miedo pensar que en ese túnel perpetuo se hablaba un idioma que no podía escucharse, un idioma que sólo hormigueaba en los tímpanos, pero que nunca terminaba de entrar. Colgados de sus hamacas, sobre lo alto del túnel, unos hombres haitianos con acento mexicano-norteño le daban servicio al cliente a una anciana de Japón. Todos le daban la atención a la misma anciana. Los perros muertos se movían por sí solos, arrastrados en la corriente cada vez más jugosa del río, movilizados por algún macabro acuerdo de resurrección incompleto. Una bocina destruida, a bordo del carrito de supermercado de un vagabundo barbón, escupe las últimas letras de When the Music´s Over por encima del río. Carmela se asoma por encima de la borda de la chalupa, y se da cuenta de que navega no sobre un río, sino sobre un montón de ríos en plena guerra por el dominio del túnel. Al llegar al último tramo de túnel, estaba lo ritualítico. Iglesias de extraña caligrafía anunciaban sus misas, todas y cada una de ellas presididas por su propia diosa. Una increíble y rica variedad de seres existenciales se adentraban en los esqueletos ruinosos de las iglesias. De inmediato se ponían a llorar, y hasta el llanto, el idioma más humano de todos, se escuchaba extranjero. Las personas sin visa eran quemadas en las cruces que colgaban del techo. El fuego de las hogueras formaba un luminoso: JESUS CRISTO NO ES EL SEÑOR. El río rebosaba de flujo, pero sobre la superficie, las casas no tenían ni una gota de agua. Su río se los habían robado. Un establo de burrocebras rebeldes planificaba la revolución. El emperador de aquel túnel era proveniente de Hong Kong, tal como rezaba un panfleto propagandístico. Unas calafias barco robot rugían en algún trecho más alto del río, como gigantescas ballenas imponiendo su dominio sobre aquel cilíndrico océano. Más adelante, otro río se cruzaba con el de abajo, y el centro del túnel era testigo de un entrelazamiento hidrológico inimaginable. Hay, en esa zona en la que siempre eran las 5:10, el tejido de la realidad supuraba y burbujeaba sangre, y su sangre era una lágrima que todo lo que mojaba lo dejaba transparente. Todas las miserias, todas las tristezas, todas las pobrezas humanas de todos los tiempos del universo se concentraban en un metro cuadrado. Un partido pseudo-bolchevique anunciaba por esos ríos sus publicaciones académicas en Onlyfans. Aquí acaba la patria, gritaban todos los megáfonos sobre los postes. Y después de gritar, la patria se acababa. Después de pasar más allá, vieron a la criatura que tejía toda esa telaraña de túneles, una viuda negra que hilaba silenciosamente un mapa en eterno crecimiento. La araña les entregó una carta que decía lo siguiente:
Este es el centro de todos los círculos de todos los infiernos. Es el origen del agujero. Tijuana, mujer tirada en la esquina del país, pariendo sola al demonio que luego acabará con todo. Y nadie se digna ni a escuchar su alarido. Tan abandonada que cree que ya ha muerto, sólo que su cuerpo no se da cuenta. Aquí o te mueres o te vuelves invisible. A veces la una y también la otra. A veces ninguna y una flotaba por encima de todo, sin ninguna relación con nada en la vida. Es la ciudad sin espejos y sin fotografías, sin nombres y sin verdades. Era una ciudad tan disociada que no era capaz ce memorizar una sola de sus calles y por eso a cada rato las confundía y cambiaba de posición. Era una ciudad tan confundida que ninguno de sus habitantes era de allí, aunque odiaran a los que tampoco eran de allí. Nadie sabía de dónde venía y si lo sabía lo había olvidado hace mucho. Ciudad sin raíces, porque estaba hueca bajo su suelo.



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