Algo más: The Witcher: La Pesadilla del Lobo



Hay una poética extraña y maravillosa, precedida por un escalofrío y una reminiscencia. Cuando vemos a un ser querido, y por un breve instante, en su gesto y su voz, se hace presente aquello en lo que se convertirá. No es algo que ocurra frecuentemente, y por eso es un fenómeno tan valioso. La vida real, congestionada de horarios y compromisos, apenas nos deja tiempo para ver la cara de nuestros amados. En la ficción pasa diferente, porque se trata de seres inexistentes, y por lo tanto puede jugarse con su biografía, pueden intercalarse sus edades y remezclar sus etapas hasta conseguir un imagen general, vidriosa pero precisa, de lo que ese ser es en la eternidad. The Witcher: La pesadilla del Lobo, tiene un poco de esta poética. La suficiente para sostener sobre sí misma al resto de la maquinaria, que no es que funcione mal, sino que, simplemente, no está a la altura de esa belleza que es la juventud, la niñez, y la sombra de la vejez de Vesemir. Aquí está el padre de Geralt, pero también su amigo y su hermano. Un Vesemir joven que se pase orgulloso entre los campesinos y que, más que cazador de monstruos, lo es de dinero. Aquí se confunden el honrado y digno anciano que enseña lecciones a Cirilla en Kaer Morhen, con el jovenzuelo de setenta años que se mete a bañeras calientes y coquetea con quien se le ponga enfrente. 

Lo primero que notas de esta película es que su guión es bueno, que está bien escrito. Nada que ver con el desfile de inconsistencias y espectáculos vacíos que fue la serie live-action. La historia, los personajes y los espacios se nutren de ese núcleo poético para hablar sobre política y biopolítica, sobre amor y nostalgia, sobre avaricia y humildad. Es cierto que, llegado cierto punto, la película parece hacer malabares con esa multitud de temáticas, y hay momentos en los que parece que perderá el equilibrio. Pero en todos esos momentos recupera su equilibrio casi inmediatamente. Pasado el umbral de los créditos, uno queda con la sensación de haber presenciado una trama rica, compleja, con puntuales agujeros sobre las bases, pero que resisten a lo largo de una hora y veinte minutos.

Una vez más, en contraposición a la serie, esta película sí ahonda en las estructuras políticas y socioculturales que vuelven a los brujos un blanco para la discriminación. Criaturas, al igual que los monstruos que asesinan, rechazadas y repudiadas por la hegemonía de los reinos y los poblados. Asesinos, máquinas insensibles, proporcionales a los leprosos o los homosexuales. Mientras que prácticamente toda la saga de Geralt de Rivia se encargó de construir una argumentación y un sistema preciso que explicaba mediante situaciones complejas el rol social de los brujos, la serie se limitaba a roer esta estructura preexistente sin añadirle nada y sin apenas entenderla. A lo largo de la serie, Henry Cavill parece haber interpretado más a un sadboy que a un paria. The Witcher: La pesadilla del Lobo, retrocede el reloj hasta la juventud de septuagenario de Vesemir, la figura paterna y el mentor de Geralt de Rivia. Y desde ahí, un espacio que tanto los juegos como los libros dejaron sin cartografiar, se exploran las causas a los miedos que Geralt sentiría, por ejemplo, en Tiempo de Odio, cuando discute con Fenn sobre la anacronía de su oficio. Desde que los brujos exterminan su propia fuente de ingresos, temen desaparecer y ya no serte útiles a nadie. Este miedo a la inutilidad, a quedarse marginados de la maquinaria, es lo que los hermana con la humanidad, y lo que invalida el argumento de su supuesta inhumanidad. Todos somos necesarios. 

Este miedo es el motor narrativo que mueve los sucesos en la película. El propio mentor de Vesemir, un brujo viejo y avaro, empieza a experimentar con los monstruos hasta conseguir mutaciones inéditas, nuevas garras y pesadillas para alimentar al populacho. Fabrica miedos y riesgos biológicos, y por ende, fabrica la subsistencia de todo su gremio. La pregunta de la película recae sobre si esto es ético o no. Para apoyar la tesis contraria, la de que no es justificable fabricar paradojas laborales (crear monstruos que asesinen humanos para luego ir a defender a esos mismos humanos) en detrimento de la riqueza, la historia iguala  los brujos con los semiextintos elfos, con los homosexuales, y cómo no, con las bestias que significan su vida. Las batallas, hermosas como en los libros, tienen pinceladas de esa sensación sublime, en que Sapkowski hablaba de los tajos de Geralt como si él fuese el auténtico monstruo. Por ahí, en medio del conflicto, hay algo sobre reyes paranoicos y manipulables, chauvinismo, racismo y odio. Y, desde luego, amor. Porque la saga de Geralt de Rivia, en el fondo, siempre ha ido sobre eso. Sobre acabar con todas las formas que el odio tiene de dirigir al mundo. Aun si esas formas las encarna un rey vestido con diamantes, y no un monstruo que vuela sobre las nubes. 


Comentarios

Entradas populares