Dorah Lange: El cadáver que reza
Ensayos sobre True Detective. I.
El cuerpo muerto que moviliza todos los engranajes de True Detective no es ningún cuerpo. El cadáver que le reza al árbol en el corazón de Erath es un símbolo. La escena del crimen no es una escena del crimen, sino un ritual, una exégesis litúrgica y lisérgica. Los dos detectives, desde luego, no son dos detectives, o son más que eso: una tesis y una antítesis, y la historia que los llevará por los caminos enmarañados de pantano e industria que configuran el mapa de Luisiana, es la dialéctica de ambos frente a aquel suceso. Y algunos más: el suceso que son ellos mismos, el crimen que es la sociedad en la que existen. El delito de la sola existencia.
Este enfrentamiento se expande más allá de los dos investigadores. No se trata sólo del duelo entre nihilismo y pragmatismo, entre religión y ocultismo, entre luz y oscuridad. Creo que las raíces de su conflicto perpetuo se remontan al árbol en el que todo comienza, al cadáver que le reza como si se hubiera olvidado que estaba muerto. Muerte contra vida, vivir muerto, morir vivo. ¿Merecemos morir por haber estado vivos? ¿Vivir es el crimen y el final la sentencia? Esa parece ser la propuesta del asesino. Mientras que para Rust el cuerpo forma parte de un complejo sistema performativo y semiótico, Marty sólo lo ve como otra pieza en la carga de trabajo, intentando aplacar las "conjeturas" de su compañero al atribuirle el asesinato a una persona de carácter artístico y esotérico.
Entonces, la pregunta que podría parece obvia (¿merece la pena vivir?) se vuelve más compleja a medida que la historia se mueve hacia su conclusión: ¿merece la pena vivir en un mundo en el que estas cosas horribles ocurren? ¿Hasta dónde es moral llegar para evitar que ocurran? Famosa es la sentencia de Rust, en la que dice que el mundo necesita de hombres malos para contener a los otros malos. Sin embargo, su otra declaración, el tiempo es un círculo plano, señala directamente a la falacia de la primera. Los policías son inútiles en tanto crean su propio trabajo, sus propios cadáveres, sus propios crímenes. Cuando dice, durante la entrevista, que esos niños (los que estaban secuestrados por Reginald Ledoux, en el capítulo 5) estarán en esa habitación una y otra vez, se refiere a que esas monstruosidades siempre seguirán pasándole a un miles de personas diferentes. Es normal que su actitud frente a esa fabricadora de cadáveres que es Luisiana sea la del desencanto y la depresión, porque no persigue al sistema que diseña a los asesinos, o las condiciones que producen a los asesinos. Ahí están las religiones aledañas al pantano, que consumen parasitariamente las necesidades emocionales de una población abandonada por el estado; ahí está el gobierno, que recibe entre sus filas a pederastas y degenerados, que deja que un huracán haga trizas comunidades enteras, y que un grupúsculo de dementes recoja los restos. Si Rust Cohle empieza a dirigir sus sospechas hacia las altas esferas de su sociedad, es porque comienza a ser consciente de que ese patrón en el mapa, esa tendencia que se dibuja en las estadísticas, no es ninguna casualidad producto de las drogas y la nostalgia, sino un resultado buscado por alguien, por una estructura o una ausencia de una estructura. Gente empobrecida, enajenada, aislada entre las marismas y cañaverales de la periferia, que es una presa fácil para lo que sea que brote de la oscuridad. Y el cuerpo que surge desde el abandono, es el recordatorio de que ese sistema funciona devorando vidas. A eso se refiere Miss. Delores en el capítulo 7, cuando menciona que el asesino de todos esos niños y mujeres, es el que come el tiempo.
Finalmente, si la vida es un círculo plano hecho de tiempo pre-digerido, ¿por qué está repleta de repeticiones, de cosas que no cambian, de esperar a que venga la muerte? La concepción del horror cósmico en True Detective no tiene nada que ver con monstruos, ni con presencias inmateriales ni con fantasmas; el horror cósmico en la era moderna (o en la posmodernidad), es el capitalismo incrustado en cada célula de la sociedad, hasta el punto en que se vuelve parte de ella y se disuelve con su materia ontológica. Se vuelve invisible, y sólo puede verse y sentirse tal como lo que es en la más absoluta oscuridad, en una noche desnuda de estrellas, en los pantanos, en los bosques, en los márgenes de la existencia. Todos seremos al final lo mismo, hermanas cadáveres, comunidades del subsuelo; lo que pasa es que morir es algo que debiera ser personal, algo que te pertenezca para siempre, y no una grieta abierta en las bases de la estructura otra. El capital despersonaliza la muerte. Ése es el horror. A los detectives no les interesa quién fue Dorah Lange, sino la identidad de quien la mató. Y no ser reconocidos ni en nuestra propia muerte debe ser el peor crimen de todos. Y el criminal, más temprano que tarde, debe ser llevado ante la justicia.
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