soñar que tienes un cuerpo y que ese cuerpo siente cosas diferentes a las que tiene permitido sentir
Durante años, fui testigo ocular de aquello que le pasaba a mis compas cuando se comían un brownie con mota. Ayer, fui testigo existencial de lo que me pasó a mí.
Tu anatomía funciona todo el tiempo, y funcionan todas tus partes. Nos aterra la desactivación, el silencio de nuestro brazo, de nuestra cara, de nuestra boca. Estamos siempre existiendo como un conjunto de piezas biológicas hiperconectadas, sin poder olvidarnos de unas u otras. Siempre están ahí. Pero por primera vez en mi vida, un brownie hizo que se fueran, que pudiera olvidarme después de 20 años de este lastre pulsátil y nervioso que llamamos cuerpo. Primero fueron los brazos y las piernas, se contraían, se plegaban sobre sus propias membranas musculares hasta desaparecer. Me sentí incompleto y eso se sintió rico. Luego fue el pecho, todo mi torso era un cuerpo de agua, y un barco olvidado hace mucho tiempo en su fondo estaba subiendo, volviéndose a conectar con el cielo y la superficie. Algo se fue de mí, pero otras cosas las remplazaron. Fue aterrador. Me sentí como la primera vez que vi Hereditary, pero entonces el miedo venía de afuera, de algo ajeno, y ahora ese mismo miedo me estaba creciendo adentro del corazón, en el cráneo y en la garganta. Después, el tiempo estaba siendo editado por algún habitante omnipotente, y yo estaba frente a una taza con helado de chocolate y nueces. Y cuando lo probé, mi lengua apagó ciertas zonas de sus papilas gustativas, y sólo dejó encendidas aquellas que necesitaba para disfrutar comiéndome esa madre. Mi novia me miró, maravillada.
—No mames, sabe a cielo—me dice. Se sintió como telepatía [¿quién lo diría?]. Mis palabras andaban saliendo por su boca. Me sentí como ella, porque ella sintió lo que yo. Estábamos saboreando la textura fría y nebulosa del cielo, lo cual es genial porque el cielo está pinche vacío, así que andábamos saboreando la nada en sí misma.
Todo me devolvía la sensación de que, durante toda mi vida, hubo un nudo entre mi corazón y mi boca, atado y amarrado por todos mis miedos, mis traumas, la gente que me lastimó y me hizo sentirme como basura, y de que ese nudo se estaba desenredando, poquito a poquito. Con cada nueva mamada que decíamos, era como darle una mamada al lenguaje mismo, como chupar el español por el simple acto de hablarlo. Pensé que estaba soltando mi historia como si fuese una mochila pesada y llena de piedras. Era el cuerpo sin órganos del que tanto hablaron Deleuze y Guattari, literalmente un molde vacío. Y el vacío, por primera vez en mi vida, no fue sinónimo de tristeza, sino de espacio, espacio para respirar. Y neta, jalar y expulsar aire se sentía como un micro orgasmo que me excitaba el cuello y el pecho y la espalda. Luego me sentí sin cuerpo, eso fue lo más rico de todo.
Esa es, entonces, la experiencia corpórea. Diría que fue un diálogo caluroso y de cierta tensión sexual entre las expectativas que traía y las experiencias que estaba teniendo. Quizá parezca nada a ojos de unx morrx experimentadx, pero para mí lo fue todo. Mi existencia es una historia y esta madre es un giro, un cliff hanger, un plot twist. Que chingue a su padre el PAN por decirme que una mordida me haría irme durante cuatro días. Ojalá fuera cierto. Si estás leyendo esto y eres panista, chingas a tu padre igual, por si acaso.
Comentarios
Publicar un comentario