en otro mundo todavía.
Una partícula de ruido en medio de una ciudad dormida. Una columna de vapor cannábico se eleva hasta tocar las nubes, se hace parte de ellas. Luego haz de luces borrachas cruza el cielo hecho de oscuridad. La ciudad enferma, la más violenta del mundo, la frontera más cruzada de la tierra, y no puede pararse a respirar, porque es un municipio joven, y sus jóvenes le rinden tributo. El Covid se convirtió en un fantasma, un alucinación colectiva, nadie creía ya en esa madre, eran cuentos chinos.
—Wey, desde que empezó la pandemia, el cubrebocas me ha hecho el paro algo bien, porque nomás se me ve una mitad de la jeta, y es la mitad que no está tan culera.
—Wey, ¿pero y la raza que se murió?
—Pues sí wey, pero yo pude coger, gracias al Codick-69...
—Eres un pendejazo.
—La raza que se murió es raza que no conozco, no me importa que se hayan muerto, miles de weyes se mueren a diario por el narco, por el hambre...miles de weyes se mueren de amor y nadie dice, !ey, una pandemia de solteros y solteras, todos pónganse a coger para no contagiarse! Aguanta, me marcan...
—¿Quién es, wey, tu madre pa decirte que chingues a tu madre?
—Pa, ¿cómo que la llevaron al hospital? ...
Estábamos rotos. Como cualquier morro de nuestra edad, éramos grietas con nombre. Nombres, por lo general, bastante culeros, nombres que de seguro, de haber podido, no habríamos elegido voluntariamente.
—¿Cómo dices que te apellidas, wey?
—Latrille, wey, es francés. ¿Tú cómo te apellidas?
—Zaragoza...
—Wey, te das cuenta...
—¿Ajá?
—De que es probable que un 5 de mayo, nuestros bisabuelos se hayan dado en la madre en un pinche cerro de puebla...
—Mi bisabuelo peleó del lado de los poblanos, wey, soy raza, somos raza...
—A huevo, wey...
—Oui, oui, wey. Además, ¿Qué no Zaragoza se la pasó súper pedo durante los putazos?
—Weeey, soy mi bisabuelo, no mames.
Nadie iba ahí para intentar arreglarse, sino para presumir las roturas, para que lo vieran roto y romperse y romperlos. Las cicatrices brillaban: quién estaba más deprimido, a quién habían dejado más veces, quién se quería matar más...botas, cadenas, rímel y aretes, eran una superficie de imágenes espejadas, un reflejo tras otro y junto a otro y dentro de otro. Lo importante era lo que salía de las bocas y de los ojos una vez que pasaban las 10. Acabar llorando era un privilegio, el signo de que la noche había sido de ti, más que coger en el baño, dispararle a tu consciencia todos esos shots y decir una serie de cosas de las que sabías que ibas a arrepentirte, mañana a primera hora.
—Es demasiado, wey, es un CHINGO, o sea, pendejos que me gritan en la calle, mi jefe que me grita en mi propia casa, cada tarea que me dejan en la uni está más pendejada que la anterior...a nadie le interesa lo que soy, nadie respeta lo que soy, y a veces me pregunto si es mi culpa, si es mi culpa porque, wey, no mames, sólo soy una morra prieta...¿qué puedo esperar de la vida? Sólo puedo esperar, es todo lo que pinches puedo hacer...esperar a que el mundo se aburra de chingarme.
Tú y yo nunca lloramos porque nunca nos habían dejado, y nunca habíamos dejado a nadie. La noche estaba reservada para sus criaturas , nosotros éramos etnógrafos: la raza gótica, la buchona, los buchóticos, los pendejos alternativos del centro... Todos igualitos, todos llorando igualito. Las lágrimas les lavaban las diferencias. Y es que ni siquiera había diferencias: estaban atravesados por la misma pinche tristeza.
—Wey, te juro que si no me hubieran invitado a esta fiesta, ahorita estaría intentando matarme, cabrona, jajaja.
—Weey, fuera de mamada, sólo la gente que se toma en serio la vida puede intentar quitársela.
—Lo único que tomo en serio es el alcohol.
—¿Entonces, por qué quieres matarte?
—Pues por el mame, ¿no? Todo lo que hago es por el mame, es mi razón de ser, y si dejara de ser, también sería mi razón.
Alguien, alguno de esos pendejos raros que por primera vez en su vida hacen algo bien, puso los Cien años de Pedro Infante, y hubo como algo en su voz, que todos hallaron la forma de sentirse aun más de la verga.
—Verga, wey, hasta a mí me dan ganas de llorar, pinches ojos pendejos...
—Te vi sin que me vieras...
—O sea, no mames, cuando estás morro te burlas de tus jefes por escuchar estas canciones, pero de pronto parpadeas, de pronto tienes 19 años, y estás escuchando lo mismo...y estás sintiendo lo mismo que ellos. Y entonces...y entonces estás dejando de ser un morro. ¿Qué se es después de que se es un morro?
—Te hablé sin que me oyeras...
Lágrimas. De mis ojos. Mis ojos están llorando. Pero yo no tengo nada que ver con mis ojos; yo ando al cien.
—We, no quiero remplazar a mis jefes, no es a lo que vine, no es lo que quiero, puta madre, cómo me odio por no ser huérfano, wey...imagínate, wachen todos, es el wey que vino a ocupar el lugar de sus jefes, es el pendejo que hizo lo mismo.
—Me duele hasta la vida, saber que me olvidaste...
—Mamón, vamos a tomar algo, vamos a fumar algo, vamos a decirle cosas a alguien, necesito contacto, necesito raza, necesito sentir que hay alguien más ahí, que alguien va a venir...
Por la puerta del patio, llega un morro vestido como si estuviese asistiendo al bautizo de uno de sus sobrinos. Trae un ramo de flores entre las manos, junto con una tarjeta que dice "feliz cumpleaños".
—¿Para quién son las flores, wey?—le pregunta una morra con pupilentes blancos, audífonos y vestido raído, una versión suburbana de la llorona.
—¿No eras tú la que cumplía años?
—Yo no cumplo años. Nunca nací. Todavía no he nacido.
—Dónde vergas estoy...
Más que terror, en su cara se reflejó un agüitamiento profundo; el agüitamiento no de estar en la fiesta incorrecta, sino de estar en la realidad incorrecta, en el cuerpo equivocado. Porque había alguien que debía haber llegado, ahí a donde mismo que él llegó, pero que ése sí supiera dónde vergas estaba parado. De ser la persona equivocada. ¿Dónde vergas estamos?. Nos dimos cuenta de que, si bien era la misma tristeza, no era causada por lo mismo. En todos ellos coexistía una heterogeneidad de depresiones, una
melancolía que se multiplicaba según avanzaban las horas en los celulares y los brownies en los sistemas nerviosos. Había
un montón de lunas en el cielo, o quizá era la misma luna ramificada en
etapas: arriba de la barra, un cuarto creciente; abajo del wey que vomita, una
media luna; atrás de la morra que está matando la Tusa, una luna llena. Un eclipse en
todos los presentes. Ella llevaba desde primero sin pasar su extra de mate 1;
él no había quedado en la UNAM; ellos se querían matar pero no se decidían por
el método más punk posible. Ella pensaba que estaba embarazada, y su novio, al otro lado del patio, pensando que embarazó a otra. Ninguno sabía qué hacer con su vida ni qué era su
vida. Por eso iban ahí.
—Y si vivo cien años, cien años pienso en ti...
—Vivir cien años, wey, no mames, yo no he vivido ni veinte y ya me cansé, wey, ya fue mucho. Imagina encontrar a alguien que haga que esos cien años valgan la pena, alguien por quien estés dispuesto a esperar tanto tiempo...
Nada tiene sentido. Nada nunca tendrá sentido. Ninguna fiesta basta para darle sentido a esta madre. Ya no jala nada para hacerme sentir que estoy, que soy alguien, que he vivido junto a estos otros. Es como si toda la existencia nomás fuese una broma y yo soy el pendejo al que se la aplicaron, y ahorita me están diciendo que mire a la cámara, está por ahí, escondida entre las estrellas...
—Wey, quítale el flash a esa madre, es una pinche foto no un alcoholímetro a la verga, no mames.
—Es un video, wey, estoy haciendo un documental, se llama FUNADOS-TIJUANA.
Esa noche nos dejamos de hacer pendejos, la vida ya no iba a vernos la cara, ni el cuerpo ni la voz. La vida, en general, ya no iba a vernos.
—Tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí...
Nunca.
—Wey, ¿qué acaso no tomas? Te llevo viendo toda la peda, y nomás no te pones pedo
—No, we, soy abstemio, yo nomás vine a wachar batos.
—Wey, entonces, ¿podrías decirme la hora? Mañana tengo que jalar y...y no puedo interpretar mi reloj porque ando hasta la madre, o sea, ahorita podría ser mañana, ahorita mismo podría estar...podría estar quedándome sin jale, así que...
—Son las 10 y media, wey, tranqui...
—Muchas gracias...Hora, así te voy a llamar, es un nombre bien chingón, ¿no?
—Mejor que el mío, wey. Gracias.
Todas los temas se nos hacían agua a la boca, todo era comentable, todo era debatible.
...
—...mi abuelo tenía su baúl lleno de esas madres, pero lleno, cabrón, una colección, y yo andaba bien grifo, y entonces tuve la revelación...
—¿Ajá?
—Debo hacer mi tesis sobre El Libro Vaquero.
—Ay, no...
—Se llamará: "Leche fronteriza: una sociología del erotismo neo-cowboy transcultural".
...
—Imagínate si legalizan el aborto, wey... Cuántos morros se ahorran toda esta madre... Decidir qué hacer con tu tiempo, tener que ser alguien y fingir que te gusta quién eres, batallar con otros pendejos que tampoco saben quiénes son, todo eso a la verga. Es el regalo más hermoso que puedes hacerle a alguien, no traerlo a que exista en esta pendejada asquerosa...
....
—El feminismo me robó a mi novia, cabrón, no mames. Ya se salió de control. Hoy por hoy, se ha perdido el objetivo original del feminismo. Me voy a quedar solo, wey, me voy a quedar sólo por una puta perra ideología, porque ahora resulta que todas esas pendejas dicen que somos misóginos...que ser hombre es un pecado...
...
—Wey, le busqué entre los mensajes, te juro que no quería hacerlo, pero ella dejó su teléfono desbloqueado, y no aguanté, y miré, y wey...
—¿Qué?
—Wey, miré uno de sus chats...se estaba afiliando al PAN, no mames...
—No llores enfrente de los del cobach, wey...
—¿Qué dijiste del Cobach, pinche escuincle baboso?
Pelean. Las hormonas florecen y se transforman en madrazos, y le siembran hematomas en la cara a dos weyes demasiado borrachos como para articular cualquier intento de disculparse el uno con el otro. Acabarán cogiendo en el baño de arriba; van a entrar a un closet lleno de toallas, tirarse perfumes encima, lastimarse algunos ligamentos mientras sus cuerpos adoptan las posiciones necesarias para un orgasmo que no sabían que podían tener. Cuando salgan del closet, limpiándose semen de los labios y acomodándose los cuellos de las camisas, la fiesta habrá terminado, la música sonará para nadie, y ellos volverán a sentirse de la verga. Y no volverán a hablarse nunca, ni a verse en ninguna otra fiesta. Con los años, dejarán de ir a fiestas. Tendrán esposas, tendrán familias, tendrán una vida hecha y derecha, y el único recuerdo de lo que ocurrió esa vez serán las sesiones de masturbación que sus rutinas les dejen. Se tocarán sus cuerpos intentando emular las manos del otro, intentarán imitar sus voces, intentarán repetir sus palabras. Dirán sus propios nombres como si fueran los de algún extraño Y llorarán al acabar de hacerlo.
Hubo una sucesión de encuentros con esa fauna del crepúsculo. Luego nosotros fuimos la fauna, y nadie estuvo ahí para investigarnos. Para investigar lo que hicimos. Por eso estoy escribiendo esto. Vimos una luna encharcada en estrellas, y un fuego que se encendió (incendió) en el corazón de San Pedro Mártir, y microfascismos alrededor del bosque, y una carcajada tan larga que creí que no se acabaría nunca y que nos robaría todo el oxígeno que nos quedaba. Y tuvimos una noche en la que el sueño fue un extranjero entre las cobijas, y se desentendió de nosotros por unas horas. Todo eso hubo. Y lo otro que hubo ya no me acuerdo qué fue.
Me acuerdo de lo último que fue. Sonaba una canción bien pinche agüitante, ¿todavía piensas que seguimos enamorados? ¿que alguna vez lo estuvimos? ¿do you still think love is a laserquest?
—Wey...
—Qué, we...
—Me la pelas dormido, we...
—Me la pelas soñando, we...
—Verga, we....
...or do you take it all more seriously?
—Te amo, we.
—¿Pero me amas dormido, we, o me amas despierto?
—No hay un sólo momento de mi triste y confundida vida en que no viva amándote, aunque sea poquito, aunque a veces se me olvide.
Quebrados, exhaustos, temblando por el frío y la adrenalina que ya desaparecía de sus cuerpos. Estaban así, pero estaban juntos. Juntos por primera vez desde no sabían hace cuánto, presenciando aquello, sintiendo aquello, sabiendo que aquel anuncio de neón se llevaba una parte de sus vidas, que una etapa se estaba apagando allá arriba y que aquí abajo empezaba otra. Y aunque no sabían cómo sentirse al respecto, se sostenían los unos a los otros, se protegían del mundo y del cambio y el tiempo a través de un abrazo de oso comunitario. Se tenían para siempre, eran suyos de aquí hasta que se acabase. Tenían, también, la sensación de que esa noche era el lugar por el que habían esperado 19 años, que toda su vida estaba construida alrededor de ese momento, que de ahí en adelante, todo lo que les pasase no sería más que una broma, un reality show que alguien les había puesto mientras se morían. Pero eso les valía kilómetros indecibles de verga. La lluvia apagó la ansiedad de sus pechos, la urgencia de tener que estar en otra parte... ahora no habría otras partes; eso era todo, eso era ellos. La luna, esa que noches y semestres antes los entristecía, acabó de justificarlos, les curó el existencialismo patológico con el que habían nacido. Ellos se habían reunido y se habían separado y se habían recuperado para ser esa noche juntos. Conocían la tristeza prematura que les esperaba al subir al carro, la de sentir que el instante se les escurría entre las manos, pero no importaba. Ellos ya no le pertenecían al reloj, habían escapado de sus signos y manecillas. Habían escapado del panóptico de Cronos. Vivirían ese momento de forma infinita, multiplicados una y otra vez, y cada gesto de cada persona futura sólo sería una forma más de recordar lo que les había pasado. Y nunca volverían a ser tan felices, y nunca se sentirían más cerca, aunque lo fueran y aunque lo estuvieran. Nunca.
Pasan los días, pasamos los días. Las sonrisas envejecen en nuestros labios. Los ojos secos de tanto llorar. El olvido se introduce en el vocabulario de un puñado de pendejos que pensaron que podían acordarse para siempre. Todas las personas a las que estoy olvidando, y todas las que me van olvidar. Todas las palabras que mastiqué y tragué y que ahora hacen que me duela la vida. Todos los silencios que no me atreví a interrumpir, todos los silencios que me interrumpieron y me convirtieron en otra cosa. Todas las clases a las que llegué tarde y todas a las que nunca llegué, y todas las risas de los mismos weyes porque sabían que mi guerra contra las horas era pendeja, una pendejada espectacular. Todas las notas de piano que rebotaron en las esquinas del teatro, todos los cafés que se volvieron fríos porque me estabas contando cómo te dolía que nunca te hubieran roto el corazón. Y el piano...
—Quiero que me lo rompan, we, es la sensación que
siempre he esperado...al chile nomás nací para sentir esa madre.
Esa misma tarde dejaste de esperar. Te lo rompieron,
te lo hicieron pedazos. Te ayudé a recogerlos de la cancha. Y otro café se enfrió entre mis manos, y otras lágrimas
de otras tristezas brotaron de tus mismos ojos. Y yo estuve ahí todas esas
veces, con el mismo silencio en la boca, con la misma mano sobre tu hombro. Con
las mismas palabras que no te dije y que si te viera, si tus ojos volvieran a
encontrar los míos, tampoco te diría. Hay relaciones enteras edificadas sobre
silencios. Hay amores de varias vidas que nunca se han dicho nada. Hay amantes
que no se amaron porque no pararon de buscarse. Te amé todas esas veces en las que no te dije que te amaba. Te
sigo amando ahorita que te lo estoy diciendo. Y vete a la verga, cabrón. ¿Por qué me dejaste? Ojalá
nunca te hubiera conocido para no tener que hallar la forma de olvidarte. Debo
olvidarte, debo no recordar que existes y que eres alguien que conocí. Me
dejaste con el silencio en la boca. ¿Por qué debo fingir lo contrario? Siempre
me preguntaré eso. Aunque ya sepa la respuesta, aunque la haya sabido desde
siempre.
Y en otro mundo todavía me miras. En otro mundo no tan
otro de este, todavía sabes quién soy y te gusta saberlo. En otro pasillo de
otra escuela todavía dibujamos nubes con el aliento, y esas nubes se encuentran
con las volutas de un espresso que sabe de la verga pero que nos quita el frío.
En otro banco de otra explanada todavía te sigo conociendo, oyendo tus palabras
y tus muchas voces y convirtiéndolas en cariño, en nostalgia por el momento en
que nos vayamos el uno del otro. Nostalgia por el ahorita, de la que
no se cura con nada. Y en otra plaza de otro minarete todavía nos imaginamos las mesas en
la graduación, y nos preguntamos qué vamos a sentir cuando nos sentemos en una,
y cómo se verá la toga sobre nuestros hombros, y cómo vamos a buscar las
palabras que aunque no cierren nada, lo cierren todo. Y en otra pantalla de
otro escenario los rostros de miles de estudiantes pasarán tan rápido que nos
reiremos porque todos los rostros son un solo rostro, porque todos los morros
bailan todas las canciones de la misma manera, y por eso se necesita cambiar de
canción, pa´ que no se vea que hacemos lo mismo, que nos movemos igualito que
hace unos minutos y hace unos semestres. Y rompes mi fobia al baile, y voy a
agradecértelo para siempre. Y en otro amanecer de otro invierno que todavía no
llega no nos hemos dicho ni adiós, ni hemos pensado en decirlo. No queremos decirlo. En otro mundo,
tan otro que ni tiene noche, vivimos para siempre en esta madrugada insurrecta.
En otro mundo nunca te vas por abajo y yo no me voy por el puente. Ninguna
geografía y ningún reloj nos separan. Y ninguna lluvia alcanza para inundar
laboratorios. Y nosotros seguimos mojados, haciendo del agua una
excusa para reír y no pensar en el después. Y en ese otro mundo, el
después no llega nunca. O al menos, no todavía.
Y en otro mundo todavía
no hemos imaginado este...
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