Butterscotch Horseman: El padre como sombra
Ensayos sobre Bojack Horseman. I.
Nuestros padres no están. Nuestros padres no son. El mío vive (es) una ausencia larga y lenta, brevemente interrumpida por fines de semana en que, si hay suerte, lo veo. Nunca lo veo como mi padre, desde luego. Lo veo como policía, lo veo como dueño de un pequeño negocio, como profesor de universidad, pero nunca como lo que es para mí. Hace años que dejé de pensar en él como una figura paterna, cuando la estructura de mi cotidianidad se desbarató, y la familia nuclear, completa, presente, dejó de ser un respaldo cómodo sobre el cual sostener mi identidad. Entonces he buscado esa presencia en otras personas. Mi madre ha estado ahí quizá más que nadie más. Mi abuelo me enseñó a trabajar, a manejar la cortadora y el portaelectrodo, a usar mis manos en otra cosa que limpiarme las lágrimas de la cara. Mi abuela me enseñó a ponerle atención a los silencios que la gente dice. Ellos me enseñaron a ser. Mi padre, en cambio, me enseñó a no ser. Desplegó una serie de acciones que nunca querría hacer, unas palabras que nunca querría decir. Me enseñó cómo no ser alguien. Quizá esa lección, que es también un tipo de ausencia, sea lo más valioso que no me ha dado nunca.
Mi generación, una que ha convertido esa forma de ausencia en un meme, tampoco se desentiende de esto. Si José Emilio Pacheco ya abría en 1999 la idea de que "en realidad no hay adultos/ sólo niños envejecidos", las corrientes feministas contemporáneas ubican esta teoría de irresponsabilidad en un horizonte específico: el de la paternidad y el padre. No es casualidad que la constelación de groserías mexicanas esté salpicada aquí y allá por la madre, alegando una falso sentido de respeto y devoción hacia la mujer, mientras que, al mismo tiempo, se entrega a una cultura de la misoginia y el machismo. La madre es la que da la cara, la que vive y la que muere por todos menos por sí misma, mientras que el padre es una sombra proyectada desde lo lejos, un tema incómodo, un silencio más ruidoso que todas las palabras que intentan ocultarlo.
Por eso, Butterscotch Horseman es importante, porque hay una ausencia de él en toda la serie que es preocupante, y que aunque parece, en principio, colateral y accidental, es deliberada, es un vacío minuciosamente construido por los guionistas. Primero es el desinterés que muestra Bojack hacia la influencia de Butterscotch en él. En el segundo episodio, Diane le pregunta sobre cómo lo trataban sus padres, y él recupera un momento en el que se le enseña que no importa qué opción elija, siempre estará equivocado, que sus sentimientos son un tejido femenino del cual debe mostrarse receloso, avergonzado, separado por una armadura de frialdad y no-compromiso con nada. La serie lo muestra como un gag cómico, un chiste para aliviar la tensión de tener que enfrentar el pasado del protagonista. Pero esto es así precisamente para poner las luces sobre su falta de contacto con su padre; una falta de contacto que es evidentemente voluntaria, deseada por el propio Bojack. Una forma de espejismo cómico que refleja algo mucho más oscuro. A partir de esa primera mención, la relación entre el caballo alcohólico de clase privilegiada y el caballo alcohólico de clase trabajadora irá labrándose en esos pequeños chistes, una referencia puntual que parece cubierta de misterio, de indefinición.
Esta indefinición se detiene con La flecha del tiempo, onceavo capítulo de la cuarta temporada. Ahí, conocemos a Butterscotch en su juventud, y entonces la sombra empieza a perfilarse con mucha más claridad. Permanecen los chistes superficiales, que trazan un paralelismo entre padre e hijo (cuando Butterscotch le da a Beatriz el número de una pizzería en Brownsburg, y años más tarde, Bojack le da a la presidenta de su club de fans el de una tienda de sándwiches en Temecula), pero también se insinúan las raíces, los infiernos que se heredan. Está, por ejemplo, la sensibilidad coagulada del caballo que en púbico es grosero, misógino, cínico y libidinoso, pero que cuando apaga sus sensores de masculinidad, muestra cariño, cuidado e interés y vulnerabilidad. También está la inteligencia decapitada por unas condiciones materiales precarias (la identidad proletaria de Butterscotch), y la cristalización de esa inteligencia cultural y emocional en una carrera de escritor frustrado por los cánones estéticos de su época. Bojack, cuando no está teniendo lapsus de depresión y autodesprecio, es inteligente, y quizá demasiado para su propio bien. Puede argumentar en escasos segundos los motivos y contextos que encendieron la revolución francesa; puede relacionar los conceptos filosóficos de Jean Paul Sartre con las justificaciones ideológicas de tiranías y totalitarismos. Más importante aun, puede verbalizar una astucia emocional sorprendente, a la que vuelven una y otra vez los fanáticos de la serie a través de los clips dispersos en Youtube que contienen los monólogos de Bojack. Puede pensar psicoanalíticamente su condición existencial, puede saber, y de hecho, sabe, que sus relaciones interpersonales no son frustradas por nadie más que él. Y sin embargo, no puede actuar en consecuencia de nada de esto. Al igual que su padre, es un hombre que sufre de impotencia emocional, y al igual que su padre, convierte la ficción en su refugio, tanto de los otros como de sí mismo. Butterscotch con su libro (que nunca leyó su hijo), y Bojack con sus programas (que nunca miró su padre). Igual que Butterscotch con su novela fallida, Caballo Inequebrantable, Bojack ve en Secretariat su redención, el objeto simbólico que significará toda su vida.
El padre, entonces, permanece entre líneas invisibles que cuadriculan los objetivos, los deseos, los miedos visibles de su hijo. El Butterscotch capaz de tener sexo con su ama de casa, para luego acobardarse ante el hecho de embarazarla y pedirle ayuda, con la cara metida entre las manos, a su propia esposa, es el Bojack que le pide a Diane que le diga que es bueno, que ruega a Todd para que no se vaya, que fetichiza su propia tristeza. Un padre como un muerto que no termina de irse, un minuto de silencio que se convierte en una vida en silencio, una presencia hauntológica como la descrita por Mark Fisher en Los fantasmas de mi vida, es"[..] lo que ya no es más, pero permanece como una virtualidad que en realidad es, como la traumática "compulsión a repetir" un patrón fatal". Butterscotch apenas aparece materialmente en toda la serie, pero su presencia metafísica es permanente, diluida en la psicología de Bojack.
Para coronar esta aproximación a la ausencia, pensemos que a la muerte de la madre, Beatrice Horseman, se le dedicó un episodio entero en forma de monólogo de 22 minutos. Por otro lado, la muerte del padre ocurre en Halloween, a través de una llamada telefónica, en un capítulo que trata completamente de otra cosa. Butterscotch reaparece como un fantasma de sí mismo, un espectro que no le perteneció a nadie en una fiesta a la que no fue invitado. No fue importante ni en su propia muerte, y no estuvo ni en su funeral.
Vista de esta manera, la historia de Bojack Horseman se convierte en un proceso de exorcismo, un ritual ontológico que busca purgar el espíritu de un hombre que nunca estuvo ahí. Por eso no le funcionan los escapes, por eso la huida es irrelevante. Porque el único viaje que nos lleva a alguna parte es el que se viaja hacia adentro. Porque cuando Bojack se retira a Michigan, le esperan los fantasmas de sus abuelos. Porque cuando se retira a Nuevo México, el de su padre lo acompaña. Y cuando la huida hacia adentro culmina, en el evangélico La vista en medio de la caída, Bojack puede confrontar la ausencia que le dio forma a su vida. Un padre que no aparece ni siquiera vestido de sí mismo, sino como un personaje de televisión, una ficción igual de falsa, un vacío que se aventó al vacío. Pero para antes de que termine, de que las neuronas se agoten y lo entreguen a la nada, Bojack habla, se abre, exorciza el espíritu, deja ir al fantasma que tenía miedo de que supiera cuánto lo amaba.



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