Tijuanografía



Ella me toma del brazo, me arrastra a pesar de la gente. Rodeados de voces y oscuridad, la
noche nos pide un boleto de entrada. Los ojos de un gato negro se encienden y fosforecidos
se anclan a nuestras espaldas, flotando sobre los anuncios de seguros médicos. Sigue
nuestras trayectorias, traza una cartografía de zapatos rotos y pies entumecidos: las botas
negras y lustrosas de las morras del pasaje, las altas y charras de los mariachis que están
como hablando los fonemas que sus guitarras no pueden. Suben y bajan, subimos y
bajamos las 8 o 10 revoluciones en que Tijuana se desdobla y se convierte en calle;
paraguas rotos que la gente levanta por coreografía [todos quieren mojarse], sonrisas que
emergen desde debajo de la lluvia, bocas que sonríen y que se ahogan en otras bocas,
imprimo mi alegría en tu boca, sonriendo a través de tus labios, haciendo de dos gestos un
solo beso de una sola humedad helada. Detrás de nosotros, a un hombre lo arrestan por no
tener dónde vivir. Una máquina como traída de hace mucho le siembra flores de espresso a
la banqueta en donde la gente resbala y se ríe de sí misma y se permite salirse de sí y cae
sobre vagabundos y personas vendidas al mejor postor. Entonces te enroscas alrededor de
mi brazo, y me dices que la noche parece como bajada al suelo, que todos esos caballos de
fuerza con sus ojos de farola son estrellas poseídas por un futuro que atropella ciclistas y
personas sin algo a lo que llamar mi-casa. Futuro que se vende, que se reparte a partes
desiguales, que se trafica y que se consume, que se fuma bajo un cartel que te prohíbe
fumar. Cajetillas anarquismo de bolsillo, putazo sistémico a la madre tierra, mentada de
padre al padre tiempo. El futuro y los ojos del gato y las flores y las volutas de tabaco nos
hablan y se reúnen alrededor de un burro graffiteado con los colores de uno de sus primos
que nunca va a conocer porque la gente le ha dicho que pasó de ser animal a símbolo.

Tijuana se instala en las avenidas, articulaciones de asfalto con hemoglobina de alquileres y
recibos y suscripciones. Todos pagamos porque todos estamos, porque nos sumamos a esa
constelación de abrigos y nos dejamos llevar por lo que sea que sea la vida. Nos hemos
detenido frente a una pantalla que nos dice cuál es la hora de ahorita, nos subordinamos a la
semiótica del tiempo: unos horarios despintados en una estación de autobuses. La luna
jardínea, envidriada sobre el espejo de la noche, los acentos cromáticos de dos o tres
semáforos con colores que nadie sabe cuáles son. Un anuncio de viagra que resplandece y
silencia al resto del bulevar, y una gran bestia roja que migra de calle en calle, de colonia en
colonia, que descompone Tijuana en eso que sabemos que nunca podrá ser. "Aquí empieza
la patria" nos grita la pared de un edificio anciano. Lo que no sabe porque ya está muy viejo
y porque un día será más joven que nosotros es que aquí la patria se nos acaba. Que la
relación de Tijuana con México debe ser otra cosa que un pedacito de geografía que se
resiste a ser isla porque le encanta la playa, pero le da miedo el mar. Aquí se nos acaba el
país por un rato, porque decidimos ser la aduana entre el sueño americano y su pesadilla. Y
todos soñamos la misma pesadilla viviendo el mismo infierno en el que el fuego es viento y
el viento es de Santa Anna. Y yo sé que espero tus incendios.

—Despiértame de estar soñando—me dice dormida. Y luego te despiertas para siempre.


Comentarios

Entradas populares