Bestias que habitan la posmodernidad. I.
Catodósfero.
Criatura cuyo cuerpo está hecho de estática. Debido a que su código anatómico sólo se entiende hablando el registro de la electricidad catódica, su arquitectura biológica es esquiva, por no decir irrelevante, pues la materialidad de su presencia está sujeta a los circuitos y dígitos que habita, el grosor de los cables que recorre, el vidrio de las pantallas que ilumina. Se alimenta de reality shows, pero sólo los que son emitidos de 10 a 12 de la noche, haciendo de su dieta algo crepuscular. No les hace asco a las sitcoms norteamericanas, y abundan en su apetito los documentales de National Geographic. En suma, su cuadro alimenticio se compone de migajas de ficción de la década pasada, y se sabe que, al ingresar en las programaciones de estos canales olvidados por la aldea global, el rating se infla hasta cotas ridículas, debido a que puede fabricar espectadores fantasmas, bots metadigitales. Fantasmas, literalmente espectros. Sus manifestaciones cobran forma en la ocasional interferencia de las señales, los breves interludios estáticos, en los que drena los píxeles de la televisión para crecer y llegar a cada vez más canales, a cada vez más géneros televisivos, y alcanzar el pico evolutivo del mesmerismo. La realidad de su existencia ha disparado los debates en las barras y cafés frecuentados por criptozoologistas, ¿son los críptidos criaturas capaces de navegar las movedizas arenas de la política, de la semiótica, de la ficción? Y de ser así, ¿a qué naturaleza le rinden culto sus particulares semiósferas, sus microrealidades? Ninguna de las prolíferas voces de la ciencia ha sabido (o querido) pronunciarse al respecto.



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