Euphoria: The old get old and the young get stronger
Euphoria
Euphoria inicia en lo que podríamos llamar el prólogo de toda realidad particular. La gestación; un momento antes de nacer, un instante antes de venir, de tener que ser alguien durante toda tu vida. Alguien te arranca de esa noche esférica en la que dormiste durante varios meses, y de pronto tienes cara, nombre y género. Al crecer, aceptas este acuerdo sin ninguna clase de rebeldía, te sientes bien con quien has sido, con quien te han dicho que eres. Aceptas existir. Los padres apagan su sentido de la vigilancia, su niño crece a su imagen y semejanza, maleable y vacío.
Entonces llega la juventud, y con ella, la rebelión, y el cuerpo se pone como con ganas de llenar ese abismo de cosas, de llenarse de luz, de química y música. De llenarse de otros cuerpos, de dejarse llevar hasta donde el nervio de la identidad le guíe.
Cualquier morro sabe que el nervio es grueso, y largo y violento, pero el morro es más grueso, más largo y más violento. Es entonces que el nervio lo lleva a la frontera de sí mismo; el límite de su nombre, el límite de su cara, el límite de su género. Y los cruza. Se vuelve un extranjero, vuelve a una casa en la que nunca había estado, halla su lugar, halla su cara entre las otras caras.
Cuando
uno es un morro, siempre tiene la sensación de no estar en ningún lugar, y de
estar en todos los lugares a la vez; tiene la sensación de no ser nadie mientras
es más que todos; de acariciar la superficie mientras tantea el fondo con los pies. En esa dicotomía, en esa falta de definición tan definitiva,
es en donde Euphoria se enciende, baila, ilumina.
Toda la energía de Euphoria se distribuye hacia todos sus lados. La cámara está hiperactiva; gira, rota, se da la vuelta, sube y baja, oscila y se acerca para abarcar las lágrimas y las risas. La luz explota en todas las direcciones, en todas las tonalidades posibles, se derraman sobre los cuerpos, los reflejan en toda su melancolía sexual, su nostalgia de la piel del otro, de los otros. Cada personaje que va y viene es una identidad firme, sólidamente fluida. Ellos son alguien, y precisamente por eso pueden ser otra cosa.
Euphoria presenta a sus protagonistas como una colección de estereotipos del género adolescente, y después los destroza, los analiza, va hacia adentro de ellos y se pregunta por qué son así. Por qué tantos que miramos la serie queremos ser ellos.
La serie es un diálogo abierto en cada minuto de cada capítulo, es consciente de su condición, sabe que vamos a verla y a pensarla, y se aprovecha de eso para poner en jaque a varias décadas de conservadurismo, de lealtades construidas sobre la sumisión, de narrativas escritas para separarnos de nuestros cuerpos. Aquí todo está normalizado, asumido, asimilado en un conjunto de presencias riquísimas, variadas y profundas. El mero hecho de poner a Zendaya, una mujer afroamericana y bisexual como protagonista y dotarla de una tridimensionalidad tan palpable, ya es hablar claro y alto sobre la clase de futuro al que Euphoria apunta. The old get old and the young get strong.
La otra protagonista, Jules, interpretada por Hunter Schafer, es una chica transexual que atraviesa una maraña de crisis, tanto por su identidad sexual como por su consumo de drogas, y la serie explora a fondo las pesadillas que tienen que pasar las personas de este colectivo para poder reconocerse como lo que son, como lo que se sienten, y contra lo que instituciones e ideologías cargan una y otra vez.
Otros personajes, como el de Nate Jacobs, desarman la máscara del macho heterosexual para mirar un rostro dolorido y desconcertado, una contradicción entre su imponente sentido de la masculinidad y sus cada vez más presentes inseguridades. Así, a lo largo de los capítulos, la introducción se pone al servicio de una infancia, de un pasado y un presente, para encarar el hecho de que los adolescentes somos, a pesar de todo, personas, igual de complejas y funcionales que cualquier otra. El poliamor, el lesbianismo, el fin del romance y la experimentación no son etapas, no son procesos definidos por la indecisión, son parte de quienes somos, de quienes siempre seremos, y que encajan con el resto de nuestra vida.
Secuencias enloquecidas por el éxtasis, las luces y el frenesí del ser. Personajes reales, un diálogo bilateral puro y sincero. Desnudo. Una serie que llega al borde de una generación, y que la cristaliza en tan sólo ocho episodios. Más allá del amor, más allá de la amistad, más allá del género y la sexualidad. Llegar, eufóricos, al borde todas las cosas.



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