A Lucero, por ser el amor de mi vida, y por enseñarme esta serie que amo.
Todo en la saga de Avatar gira en torno al concepto del balance. La introducción de la primera temporada comienza remarcándonos la importancia de la armonía entre las cuatro naciones como condición para su coexistencia. Cada estado, con su respectivo sistema de organización política y social, funcionaba al mismo tiempo como su propia pieza de micropoder y como engranaje de un macropoder, el estado-nación y el continente. Las tribus del agua, el reino tierra, la nación del fuego y el nomadismo extraterritorial de los monjes del aire. Pero todo cambió cuando la nación del fuego atacó. Los conflictos que estas facciones enfrentarían a través de su historia están íntimamente relacionados con su forma de construir sociedades: la dispersión geográfica de la tribu agua, que culmina en una guerra civil entre el norte y el sur; el coqueteo de los señores del fuego con el imperialismo, que los arrastraría hacia el antagonismo de la guerra de los 100 años; la monarquía anacrónica de los reyes de Ba Sing Se, que orilla a la ciudad a un reino de la anarquía; y la fragilidad política de los nómades aire, que acaba por exterminarlos casi totalmente.
En La Leyenda de Aang pueden verse tanto las cristalizaciones de algunos de estos conflictos (el expansionismo de la nación del fuego y la extinción de los maestros aire) como las semillas de otros (la fragmentación de las tribus del agua y la desigualdad extrema del reino tierra), y eso habla sobre cómo la historia es una lucha perpetua y sostenida por la ostentación del poder y la construcción subjetiva del concepto de <<equilibrio>>. Para Ozai, el señor del fuego, el equilibrio sólo se instauraría cuando la nación del fuego encabezase un nuevo orden mundial, que pasase por encima de las demás culturas y naciones en detrimento de la pretendida superioridad biológica y política de su país. En el reino tierra, el monarca justificaba la estratificación urbanística basándose en el clasismo y el régimen de la aristocracia. Los monjes del aire, que lindan en algunos aspectos con la religión budista, eran una anomia en el mundo de Avatar porque eran pacifistas inmersos en un período de guerras. Este último conflicto es, además, encarnado por Aang, protagonista de la primera serie, y motor de una brújula moral que, aunque no es totalmente binaria (bien contra mall), se acerca bastante a ello. Equilibrio contra desequilibrio, una nación saliéndose de sus límites fronterizos y entrando en los de las otras. El equilibrio en la leyenda de Aang es, entonces, el respeto hacia las fronteras, hacia las culturas y hacia la soberanía política de los demás. El final de la serie es la maduración de esa forma de entender el equilibrio, con cada tribu conservando sus territorios, sin cambiar ontológicamente los modelos de gobernar, y con esa armonía que se menciona al principio de cada episodio finalmente restaurada. La Leyenda de Korra toma todo eso, y lo destruye.
Multiculturalismo, desterritorialización: Ciudad República como coexistencia.
Cartografía política del territorio de la saga. |
Si la nación del fuego representaba un riesgo por los procesos de aculturación a los que sometía a los pueblos conquistados, basados en el capitalismo extractivista y el colonialismo, en Korra los conflictos surgen por la superación del miedo a la aculturación, y le abren paso a la multiculturalidad. Nada que ejemplifique mejor esto último que la existencia de Ciudad República. Esta ciudad-estado es más que el salto simbólico de los pueblos y los reinos de La Leyenda de Aang hacia la urbes capitalistas modernas; es un crisol de los elementos, de las culturas y cosmovisiones que se ramifican de cada uno de ellos. Su propio nombre lo deja en claro, ninguna alusión al fuego, la tierra o el agua; se deja atrás la toponimia basada en el control en pos de una democracia heterogénea, una combinación de nacionalismos y sentidos de pertenencia atados a un cosmopolitismo neoliberal. Pero hay dificultades. La creación de Ciudad República acaba por desterritorializar a los migrantes de las otras naciones, les arranca de sus raíces geográficas y culturales, y les obliga a construir nuevos modelos de existencia, nuevas subjetividades reguladas por el modo de vida metropolitano. Las actividades primarias, por ejemplo, ya no se corresponden a las necesidades de cada tribu, inherentes de sus tradiciones y los espacios que habitaban, ahora, el gran dador de contexto es el capital, las industrias, la economía de mercado y su mano invisible, una economía constante que no distingue entre tipos de control, sino entre su presencia o ausencia (como veremos más adelante). El entretenimiento y las formas en que se consume también sufren cambios: en una hibridación entre el Agni Kai de la nación del fuego, y los combates clandestinos, amistosos, del reino tierra, surge el pro-control, un deporte que se convierte en espectáculo debido a su difusión mediante los sistemas radiofónicos. A diferencia del primero, jugado como forma de metabolizar el honor y el orgullo entre los maestros fuego, y el segundo, que hablaba más sobre los deportes nacidos de la necesidad por escalar en un sistema de clases fallido como el de Ba Sing Se, el pro-control reúne todos los elementos en un duelo amistoso pero lo suficientemente encarnizado, más relacionado con la fama y la influencia que con el honor o el dinero.
La sola existencia material de Ciudad República ya invita a pensar en cómo absorbe las características de cada elemento para convertirse en su propia cosa. Las calles iluminadas por la electricidad, marcando la presencia y normalización del control relámpago; los rascacielos como una mezcla de tierra y acero; el fuego alimentando las calderas de las fábrica y los hornos de los restaurantes; el agua que surge a voluntad de los grifos y fregaderos; y el aire a presión que impulsa los dirigibles y posibilita algunos procesos de combustión automovilística. Ciudad República reúne en su cotidianidad a todos los poderes del mundo de Avatar, una gran criatura multicultural que devuelve la imagen del progreso científico, el éxito comercial y la globalización. Y como cualquier metrópolis de la vida real, esa es sólo una de sus múltiples caras, una imagen alimentada por algunos sacrificios humanos. Ya en el primer contacto entre Korra y la gente de la ciudad, podemos ver los entresijos que revelan una desigualdad, una precarización y una injusticia espoleada por la dicotomía poblacional entre maestros y no-maestros. La gente que es ajena al control de cualquier elemento queda vulnerada no sólo frente a los maestros que hacen uso delictivo de sus habilidades, sino, como se observa en la segunda temporada, ante el estado y su brazo militar que monopoliza el acero-control y lo aglutina en un cuerpo de policía represivo. También, aunque no deliberadamente, se cuestiona el relato de la meritocracia: Mako y Bolín, dos personajes secundarios, fueron en su juventud personas indigentes, sin apenas medios para salir de la pobreza a la que los sometió la ciudad. Eso cambia cuando empiezan a explotar sus habilidades para ser jugadores profesionales de pro-control, un deporte que hace de los combates entre maestros algo espectacular y comercializable. ¿Qué pasa con los otros jóvenes que, como Mako y Bolín, sufrieron pobreza extrema, pero que no eran maestros de algún elemento? Las estadísticas, aunque inexistentes, son fácilmente adivinables. Las posibilidades de un futuro exitoso, o cuando menos estable, se cierran en banda. Lo mismo ocurre con el acceso al trabajo asalariado, porque ni el pro-control salva a los dos hermanos de vivir al día, pero el relámpago-control de Mako le consigue un trabajo en una fábrica, que los sostiene económicamente mientras llega el patrocinio de Asami Sato. Toda esta ficción urbana va construyendo un tapiz de rechazados, de sobras sociales y de olvidados por el régimen de los maestros, y de ese tapiz emerge una rebelión, un contrapoder que persigue el equilibrio como algo mucho más complejo y matizado que la simple interterritorialidad. El conflicto en Korra es intraterritorial. Surge el movimiento igualitario, y como su principal ideólogo, Amohn.
Comunismo, anatomopolítica: Amohn y los cuerpos desiguales.
Póster propagandístico de Amohn; reminiscente a la propaganda soviética de mediados del siglo XX. |
Para entender el rol de Amohn como antagonista y de la ideología a la que representa, es necesario entender lo que es la hegemonía y la anatomopolítica. Según Antonio Gramsci, ideólogo posmarxista, la hegemonía se define como una: " [...] dirección política, intelectual y moral." El primer tipo de dirección alude a una clase dominante, que articula los intereses de las clases dominadas mediante aparatos que legitiman su discurso de dominación (estado, escuela, industria, iglesia, cultura). Este tipo de dominación puede verse en, por ejemplo, el hecho de que los territorios geográficos de cada nación se nombran según el elemento que sus maestros dominan; prácticamente, ninguna nación, tribu o templo posee identidad onomástica más allá del control. Eventualmente, las sociedades que son dirigidas por estos maestros pierden la posibilidad de desarrollar una cultura más rica, más heterogénea y más descentralizada, apartada de la subjetividad de los maestros. En las escuelas de la nación del fuego se imparten las hazañas de los grandes señores, las conquistas, los momentos eureka propiciados por algún maestro. En Ba Sing Se, un aparato de coerción manipulado por el monarca de turno son los Dai Li, grupo de inteligencia paramilitar capacitado en el tierra-control, una policía secreta que contribuye a la opresión de los barrios periféricos de la ciudad, y cuya misión esencial es apagar cualquier amago de revolución. En el gran desierto, sólo los maestros arena tienen la posibilidad de atravesar las dunas y moverse entre las distintas zonas del erial, dejando de lado cualquier posibilidad de movilidad para un no-maestro. Finalmente, todas las guerras son provocadas y pueden ser concluidas únicamente por los maestros, y por el Avatar. En ese sentido, existe una hegemonía de los maestros sobre los no maestros, basada en la superioridad anatomopolítica de los maestros, su capacidad para infligir o repeler daño, recorrer grandes distancias, edificar ciudades e instaurar sistemas políticos. Su poder viene de sus cuerpos, de unas capacidades concedidas de manera aleatoria, y por consiguiente, injusta y no igualitaria. Amohn es la representación del primer contrapoder surgido ante su dominancia, una contra-anatomopolítica, que se sirve de los avances técnicos y tecnológicos para igualar el poder de los maestros y suponer, realmente, una amenaza.
Su existencia responde a un último principio de la hegemonía gramsciana: la ideología, no como una estructura de ideas alejadas de la realidad, sino como una encarnación material de un sistema de subjetividades, un generador de sentidos de existencia para los integrantes de la sociedad. Sus vidas se estructuran alrededor de la ideología hegemónica de los maestros y su poder, y cualquier cambio, cualquier metamorfosis, debe pulverizar esa concepción del mundo para completarse. Debe pulverizar a los maestros y, eventualmente, el control.
Así, mientras que en La Leyenda de Aang los cambios que provocaban los protagonistas eran tangenciales y provisionales, aplazando, por ejemplo, el imperialismo industrializante de la nación del fuego saboteando una de sus fábricas, en Korra todos los problemas lastrados por la existencia de los maestros llegan a su punto álgido. Amohn podría ser muchas figuras históricas que orbitan alrededor de la esfera comunista-anarquista. Por su cualidad de maestro agua deconstruido, que tiende a usar su poder únicamente con el fin de desestabilizar la estructura política de los maestros, se traza un paralelismo con Friedrich Engels, quien siendo un hombre burgués, usó su capital para financiar el trabajo teórico y práctico de Karl Marx. Trabajos que serían vitales para el desarrollo de procesos históricos como la revolución de Octubre, en la Rusia zarista, o la revolución cubana. Por su uso de algunos métodos para infundir miedo, como se ve en el episodio en que irrumpe en el partido de pro-control para enviar un mensaje que llegue a toda la ciudad, camina cerca de las propuestas anarco-terroristas de Mijaíl Bakunin, sin proponer un antiestatismo. Pero mientras que esos personajes abogaban por la destrucción del estado y el capital, Amohn es un personaje que se enfrenta a una hegemonía distinta, reorganizada según los márgenes del mundo de Avatar. Amohn se desplaza del concepto original, dado por las élites de maestros, del equilibrio. Él va por la igualdad, por una anatomopolítica común, un mismo tipo de cuerpo para un nuevo tipo de sociedad, una especie de comunismo anatomopolítico, del cual podrían desprenderse nuevas hegemonías económicas, morales y culturales.
El final de la primera temporada ofrece una resolución basada en, como Sage Hyden señala en su videoensayo What writers should learn from The Legend of Korra, la dialéctica hegeliana. Un sistema filosófico desarrollado por el alemán Friedrich Hegel, que puede resumirse en la presentación de un argumento, un contraargumento, y una combinación resultante de la tensión entre ambos. Tesis, antítesis, y síntesis, respectivamente. La tesis es la que representa Korra, el Avatar, la sublimación anatomopolítica de los cuatro elementos y algunos subelementos. La antítesis es Amohn, quien busca la destrucción de esa superioridad biológica, y quien sólo usa la suya para quitarle los poderes a los demás (nunca en combate). La síntesis, aunque no completamente resuelta, se traduce en la elección de un gobernante no-maestro para equilibrar la balanza en la hegemonía de la ciudad. La antigua forma de gobierno, un parlamentarismo, se ve sucedida por una república. Una auténtica Ciudad República, aunque como ya analizamos, los nombres no se corresponden, casi nunca, con la realidad, y la consecución de una democracia acarrea nuevas problemáticas de carácter sociopolítico. Problemáticas que serían enfrentadas, ramificadas y dialectizadas por futuros antagonistas de la serie.
Fascismo, anarquía y conclusiones: Los juegos del equilibrio.
Ideologías políticas representadas por los antagonistas. |
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